cuentos de los días sumergibles


Waiting in vain

I don't wanna wait in vain for your love;
I don't wanna wait in vain for your love.

From the very first time I rest my eyes on you, girl,
My heart says follow t'rough.
But I know, now, that I'm way down on your line,
But the waitin' feel is fine:
So don't treat me like a puppet on a string,
'Cause I know I have to do my thing.
Don't talk to me as if you think I'm dumb;
I wanna know when you're gonna come - soon.

I don't wanna wait in vain for your love;

'Cause if summer is here,
I'm still waiting there;
Winter is here,
And I'm still waiting there.

Like I said:
It's been three years since I'm knockin' on your door,
And I still can knock some more:
Ooh girl, ooh girl, is it feasible?
I wanna know now, for I to knock some more.
Ya see, in life I know there's lots of grief,
But your love is my relief:
Tears in my eyes burn - tears in my eyes burn
While I'm waiting - while I'm waiting for my turn,
See!

I don't wanna wait in vain for your love;

I don't wanna - I don't wanna - I don't wanna - I don't wanna -
I don't wanna wait in vain.

No, I don't wanna (I don't wanna - I don't wanna - I don't wanna -
I don't wanna - I don't wanna wait in vain) -

I don't wanna - I don't wanna wait in vain) -
It's your love that I'm waiting on (I don't wanna - I don't wanna -
I don't wanna - I don't wanna - I don't wanna wait in vain);
It's me love that you're running from.
It's Jah love that I'm waiting on (I don't wanna - I don't wanna -
I don't wanna - I don't wanna - I don't wanna wait in vain);
It's me love that you're running from.


Bob Marley

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Sólo hay un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio.

Albert Camus

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No me hace falta nadie, juego con los duendes.
Siempre les gano, supongo que tengo buena mano. Entonces ellos se abalanzan sobre mí enfurecidos (estos bichos no aceptan el fracaso). Me golpean la cara, el costado, las piernas, saltan sobre mí y clavan sus pies, aprietan y aprietan. Crack, hace la C3.
Me gritan en el oído. Sus dientes están fríos. Su aliento huele a hierba pisada.
Oh, yo me río. Sigo ganándoles de todas formas.
Una partida más. Una paliza más.
La calle está llena de funcionarios y de gatitas. Voy a hacer una parrillada con los sesos de todos.
No voy a jugar con vosotros, los duendes sólo quieren que les gane yo. Los golpes me hacen reír. Ellos gruñen. Todos estamos bien. Yo vuelvo a la cama lleno de marcas y otros piensan que son libres. No hay un equilibrio. No tengo nada que hacer.
No hago nada.
No estudio, no trabajo, no me defino.
Si agudizas el oído verás que respiro como un invertebrado.

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Encuentra algo que hacer y serás feliz, tendrás con lo que olvidarte del tiempo.
¿Por qué no sonríes? ¿Acaso no nos crees?
Así tu vida no se apurará inútilmente. Lo estás malgastando todo, necesitas tener algo que hacer.
Hemos invertido mucho en ti.
¿Por qué no te haces con una novia, sigues estudiando, te compras unas zapatillas, miras los patos, folláis un poco, vais al Ikea, dejas de hurgarte la nariz, sales el domingo, votas, pagas los peajes, pierdes la costumbre de vomitar, abres el periódico, buscas un restaurante, aceptas el trabajo, cuentas los días para las vacaciones, tomas el café con poca azúcar, te haces con un ambientador, saludas a los vecinos, te detienes a hablar, miras en el buzón, te acercas a la farmacia para comprar un termómetro nuevo y te labras una carrera?
Se llama socialdemocracia. Lo practica mucha gente. Es como un gran laxante.

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Afuera hay un rebaño de gente esperando ser conducida. Estudian en la universidad, hacen proclamas, se manifiestan por la calle, beben con sus amigos y luego se hacen asesores contables, representantes de comercio, maestros, dependientes, abogados, corredores de apuestas, psicólogos, críticos literarios. Después se dedican a esperar la muerte. Pagan sus impuestos y se buscan pasatiempos, revistas, canales de televisión, fútbol, acupuntura, flores, agencias de viajes, negocios inmobiliarios, intercambio de parejas, colecciones de sellos, hasta que llega su hora.

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Estoy otra vez bajo el signo de Acuario: un signo oscuro y húmedo.

El lobo estepario.

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Erwin Olaf

Maldonado, querido mío, bastardo sublime, escúchame bien porque no deseo repetirme más: huye, vete lejos donde tus gritos acaben sumergidos bajo el lodo. Tú eres el desmembrado, mi vida, tu orgullo se ha deshecho como la ceniza, el estómago aún te arde vacío y enroscado a la faringe. Todo tu cuerpo es una asfixia. Me apiado de ti, hermoso engendro de la perversidad, me apiado de tu tiempo, tan lento y lleno de despojos. Tu poder es enorme, lo sé, menos para mí. ¿Recuerdas cuando tomaste aquel pobre cisne entre tus manos y le retorciste el cuello? Fue horrible. Te empeñabas en considerar hermoso el color verde que se le quedaba al animalito. La muerte es una esmeralda, decías. Y yo te escuchaba. Pero esta vez no, cariño mío, fruto de la miseria, ahora no vas a convencerme. Te he parido, te conozco, sé lo que anhelas pero no podrás contar conmigo. No quieras tu destrucción, mi amor, no voy a darte ese privilegio. No te arrancaré la culpa. Arrástrala.
Soy una mujer, Maldonado. Sabes que tanto damos la vida como la arrebatamos. Conoces el sabor de mi desprecio, es demasiado amargo incluso para ti. Tu desdén se fundiría ante mis ojos. Tan débil es.
No, corazón de las zarzas, hermoso infame mío, el hijo que llevo dentro crecerá más fuerte que tus propias raíces. No habrá rastro alguno de dolor en su semblante. Tendrá gracia e inteligencia. Será veloz y yo seré quien le inspire su hermosura. Nadie sabrá que tuvo un padre. Hará de tu maldad un sueño de la conciencia. Teme el día en que le veas porque su sola mirada te oprimirá los pulmones hasta hacer una línea tan delgada que te arrodillarás humillado. Sé que no necesitas respirar como los otros, eres inmenso y tu poder una furia, pero como todos también eres estúpido y has errado como un desdichado perro tuerto. En mi vientre dejaste de vivir.

Con amor,


Blanca

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Carta de amor III


Blanca, querida, mi pulcra cochinilla bastarda, voy a besarte, lo haré con tanta fuerza que desencajaré tu mandíbula, la corteza de mis labios te levantarán la piel y no cesaré de besarte hasta que sangres como un cordero bajo el cortaplumas, entonces, cuando tengas la boca tan abierta como un pozo te rellenaré de piedras y tendrás que aprender a flotar en las aguas sucias de mis lágrimas, Blanca, estúpida mía, no debiste retarme, quisiste obviar el ingenio de la vida. Dices que no te he dado lujos. Finges con arrogancia una vida plagada de bestias. Pero tú no has sufrido nunca, Blanca. Ahora lo sabrás. Tu inocencia tan admirada por todos no es más que la punta de un puñal que pronto notarás bajo el pecho, caliente como el fuego. Tus mentiras van a desmembrarte, cariño, y el hijo que llevas dentro será quien acabe esta obra, no quisiste darte cuenta pero te engullirá la matriz y se tragará las trompas, poco a poco recorrerá tus canales e irá mordiendo uno por uno todos tus vasos, te triturará los órganos más insignificantes y acabará en un vacío sin alma, nutriéndose de tu miedo.

Siempre tuyo,


Maldonado




La correspondencia entre Blanca y Maldonado se abrió aquí y siguió ella en esta otra.

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André Kertesz


Moldearé con la argila tu rostro
de mujer pueril y perversa
para imponerle tu belleza
a la mortalidad.



Marcel Pagnol

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Secuestros

Casi siempre me he estado encontrando las caras de algunos muertos eminentes caminando entre los vivos. En una ocasión vi en el metro a Kafka y en otra a Henry Miller. Me tomé una cerveza junto a Torrente Ballester en un bar pequeño y pegajoso. Pisé a Óscar Wilde en unas escaleras y trabajé en una compañía con un Charles Bukowski tartamudo. Remedios Varo me recogió una vez unos formularios y en una sala de espera me encontré con Charlie Rivel. Ahora sumo a mis hallazgos a Lou Reed, con quien me estuve tomando unas cañas el viernes. Incluso el tipo hablaba como él.
Cada día en alguna parte se le roba el rostro a alguien.

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Tu risa es un fuego

Arthur Leipzig


Tu risa es un fuego.
Me preguntó por qué
trescientas calamidades
años de sueño
y cierto sentido de la física
no han sido suficientes para convencerme
de mi humanidad;
me quemo.

Cuando ríes
huelo a azufre bajo la tierra
me confraternizo con los pollos asados
las fuentes hierven detrás de ti
y yo, que los años no me enseñan más
que a pasar de largo la prudencia,
me quedo mirándote la risa
esa ceremonia
y siento estar mascando unas brasas
bien calientes.

Lo tengo decidido
aprecio mi temperatura
y me niego a reír contigo
consideraré tu boca un refrigerador
y profesaré un mal humor
de coyote.
Me aislaré con trajes de bombero
y bolsas para el hielo.

Pero tu risa es un fuego, ya dije,
más fuerte
y aunque intento impedirlo
mis pulmones se llenan de dióxido
y podrían subastarme
en una feria del carburante.

Quiero decir
si me acerco más a ti
necesitaré reanimación.


Roberto Gaos, un distinguido incandescente.

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Emil Schildt

He perdido una de mis personalidades. La he buscado debajo del colchón y en los cajones. No está en la nevera ni con la ropa interior. Si alguien la ve que se ponga en contacto conmigo. Que nadie se deje seducir ni mucho menos insultar por esa hija de puta. ¿Dónde se habrá metido? Van a volverme loco.

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Trota, palabra

Patrick Demarchelier


"Sí, ésta es la vida vista por la vida. Pero de repente olvido cómo captar lo que sucede, no sé captar lo que existe más que viviendo aquí cada cosa que surge y no importa qué: estoy casi libre de mis errores. Dejo que el caballo libre corra fogoso. Yo, que troto nerviosa y sólo la realidad me delimita."

"La armonía secreta de la desarmonía: quiero no lo que está hecho sino lo que tortuosamente aún se está haciendo. Mis desequilibradas palabras son el lujo de mi silencio. Escribo en acrobáticas y aéreas piruetas, escribo porque deseo hablar profundamente. Aunque escribir sólo me esté dando la gran medida del silencio."


Clarice Lispector, llévame contigo.

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La entrevista

David LaChapelle

Ella me da la mano con vigor. Se sienta al otro lado de la mesa mientras que me ofrece la otra silla y cruza las piernas. Su chaqueta ceñida y oscura parece no arrugarse nunca. Aunque no es una mujer elegante alinea delicadamente unas hojas, se aclara la garganta con un maullido de vaca y comienza su entrevista.
––Bien, señor Comeclavos. ––dice. ––¿Está trabajando en la actualidad?
––No exactamente ––respondo. ––Hago de dato en diferentes estadísticas. Ahora mismo formo parte de un veintitrés por ciento de jóvenes desempleados. Pero no está retribuido.
Ella levanta la cabeza y me observa con seriedad. No tiene aspecto de haberse sorprendido. Creo que ha dicho llamarse Inés. La montura de sus gafas me parece pesada.
––Entiendo ––señala. ––¿Estudia usted?
––Sí señora. Sociología y Mito en parques públicos y tabernas.
––¿Cómo ha dicho?
––Sociología y Mito.
––¿Es una licenciatura oficial?
––No. Nada realmente importante lo es. No quiero ejercer como sociólogo, aunque sí de mito.
––Señor Comeclavos ––me dice severamente––, no sé si es consciente de la importancia de esta prueba en el proceso de selección.
––Lo soy señora. Creo estar demostrando mi honestidad.
Inés hace una anotación en las hojas. Deja el lápiz y cruza las manos como un cónsul.
––En el currículum no declara nada respecto a sus intereses. ¿Podría enumerarme algunos?
––Por supuesto. Me gusta mecanografiar y me gustan las mujeres.
––¿Ha trabajado usted como escribano o bien como secretario en alguna ocasión?
––No señora. Escribo por placer. Es un poco oscuro.
Agacha la cabeza sobre el papel y vuelve a anotar algo, esta vez tomándose más tiempo.
––Quisiera aclararle que de la misma manera tampoco he trabajado nunca como proxeneta ––apunto yo.
––Señor Comeclavos ––dice ella rigurosa levantando la vista––, limítese a responder las preguntas, por favor.
––Sí señora. Sólo quería ayudarle a acotar el perfil.
Se hace un silencio. Es agradable poder escuchar los ruidos que tapan las voces. En la calle ha pasado una moto, un niño chillaba. Aquí se oye el sonido áspero del lápiz contra el papel y las respiraciones. Fuera de la sala se oyen impresoras y teléfonos. Hago un ritmo con la mano bajo el resposabrazos.
––Bien ––dice ella rompiendo mi concierto. ––¿Tiene alguna pregunta sobre el puesto?
––Ahora mismo no se me ocurre ninguna. Quizás más adelante.
––¿Qué sueldo estaría dispuesto a cobrar?
––Creo que mi capacidad intelectual es inestimable. No puedo darle siquiera una cantidad aproximada. Me conformo con un sueldo razonable según mis funciones. Depende de si les gusto más llevando el correo o como presidente.
––¿Qué aspiraciones tiene usted?
––¿Disculpe?
––Estaba usted hablando de ascensos.
––No señora. No hablaba de eso. No aspiro a nada, debo trabajar porque la ciudad me obliga. Lo que yo quiero es escribir en algún lugar bajo el sol.
Inés aprieta los labios en una mueca horrible y asiente con la cabeza.
––Está bien, señor Comeclavos ––acierta a decir. ––Por mi parte ya está. Si tiene usted alguna pregunta…
––Una, señora. ¿Cuántas horas me darán para comer? Es fundamental disfrutar de una digestión serena y bien dilatada.
––Eso se lo concretarán en la última entrevista si es usted seleccionado ––revela sucintamente. ––¿Algo más?
––Pues no sé ahora. O tal vez sí. Escuche; ¿tendré compañeras femeninas, ya sabe, jóvenes y de glúteos firmes? Dígame.
Esta me ha parecido una pregunta muy bien formulada.
––Bueno, tengo constancia de que el centro de trabajo es relativamente nuevo y la plantilla es joven.
––Eso no quiere decir nada ––le aclaro.
––Como le decía es una información que acabarán de detallarle en la empresa. Yo no lo sé. ¿Algo más, señor?
Debería haber pensado otra después de cómo ha pronunciado la pregunta, pero no se me ha ocurrido. Esos aires tan vulgares de suficiencia que se dan los oficinistas.
––Es suficiente.
––Bien, le llamaremos en los próximos días ––añade con rectitud al tiempo que se levanta y nos damos la mano.
––Buenos días.
––Muy buenos días.
Creo que ha ido bien. No se ha fijado mucho en la condecoración que llevo en la solapa y que me distingue como caballero de la orden de San Canuto, pero sé que es consciente de mis méritos.
Por otro lado no ha respondido a mis preguntas y eso me hace sospechar. O bien dudo de su destreza y pienso que es estúpida por no enterarse de ciertos detalles importantes, o bien esconde la información por alguna razón que no logro entender.
En cualquier caso no pienso enzarzarme en esas tonterías. Tengo cosas más importantes en las que pensar. Me pregunto qué comeré mañana.

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Incisión

Mirad mis ojos subterráneos, el cuerpo que llevo y se consume, mi esqueleto azotado. He nacido para el dolor. Seré Rey por él.

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Me están buscando

Sí, amigos, los que me persiguen con sus tonterías quieren pelea. Está bien. Soy un buen púgil, tengo demasiada alma y muy mal perder. Guardo un swing tremendo, a veces despiadado. Y cuando me quedo quieto soy una piedra. Sí, lo han conseguido. Peleo. Se duerme mejor después.

Rocky Marciano

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Grete Stern, On the platform, 1949

…y el barco volvió al atracadero cargado con bestias y hadas y especias.


He regresado. Aquí no hace tanto sol, pero este viento también es bueno. Me he subido al terrado a mirar lo pequeño que es todo. También porque me apetecía fumar al aire libre y escupir y quitarme la camiseta. Las ciudades parecen tan grandes y cansadas que a veces es difícil saber a qué darle importancia. Pero es todo culpa de un exceso de superficies y de cristales que nos hace perdernos. O simplemente el ser humano es imbécil. Nos despistamos. Nuestras vidas están llenas de oportunidades perdidas. Los restos de todo, los descartes y el hambre, son lo único que en verdad tenemos. Aunque eso no debe preocupar demasiado. Hay un ahora y sólo ahí es dónde hay que ponerlo todo. No debe importunarte que se te esté quemando el culo o lo pesado que te sientas por una mala comida. Sólo muévete. O en algún momento te acabarán noqueando.

Ahora he vuelto y me están buscando. Me acosa la Seguridad Social, aún me perseguirá la guardia de Sevilla, también me atosiga una mutua de no sé dónde. Han salido acreedores de todas partes, me reclaman días de pensión, desperfectos, formularios, impuestos sociales. Está bien. Sólo recuerdo haber pagado unas copas que tomé en un bar entre Centro y Santa Cruz cuando no tenía dinero. Pero eso fue honestidad y también ganas de volver a ver a la amable camarera. Muy pocas otras cosas merecen mi respeto.

Ahora el barco descansa, bebo una cerveza, limpio la madera, dejo bien sujeta la jarcia, los palos y mástiles están firmes y duros, la sala de máquinas guarda el calor, la nave está ocupada por pequeños diablillos. Yo me meto en todos los mares.

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Desterrado en el Sur

Estoy en una habitación pequeña con una ventana que da al patio de luces. He tapado con una toalla el espejo que hay sobre la pica en una de las esquinas. Me he fumado ya tres porros. Tengo abierta una botella de rioja, crianza de 2001, que me ha costado cinco treinta en una bodega de Santa Teresa. He convocado a todos los demonios y el pulso comienza a subir. Espero mi hora. Cuando el cuerpo ya esté rugiendo, y la noche caiga sobre los naranjos, y las mujeres saquen a pasear, tan generosas, sus muslos por la calle, y cuando empiecen a ladrar los perros que se perdieron, y deje de sonar la ducha al final del pasillo, y se apaguen los pasos, los párpados, las luces, entonces saldré a masticar mi alma, dejaré chorrear las nínfulas y las palabras y los duendes con sogas amarillas, y aullaré para abrir la voz, a un portero, a un cartel, a unos tacones, qué más da, y podré comunicarme, y la muerte ya no será una carga tan secreta, y la ausencia con la que me visto es sólo decreto de mi puta gana. Qué os voy a decir, amigos, a cada uno sus placeres. Sólo hay que ponerse a prueba.

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