cuentos de los días sumergibles


No me hace falta nadie, juego con los duendes.
Siempre les gano, supongo que tengo buena mano. Entonces ellos se abalanzan sobre mí enfurecidos (estos bichos no aceptan el fracaso). Me golpean la cara, el costado, las piernas, saltan sobre mí y clavan sus pies, aprietan y aprietan. Crack, hace la C3.
Me gritan en el oído. Sus dientes están fríos. Su aliento huele a hierba pisada.
Oh, yo me río. Sigo ganándoles de todas formas.
Una partida más. Una paliza más.
La calle está llena de funcionarios y de gatitas. Voy a hacer una parrillada con los sesos de todos.
No voy a jugar con vosotros, los duendes sólo quieren que les gane yo. Los golpes me hacen reír. Ellos gruñen. Todos estamos bien. Yo vuelvo a la cama lleno de marcas y otros piensan que son libres. No hay un equilibrio. No tengo nada que hacer.
No hago nada.
No estudio, no trabajo, no me defino.
Si agudizas el oído verás que respiro como un invertebrado.

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