cuentos de los días sumergibles


Grete Stern, On the platform, 1949

…y el barco volvió al atracadero cargado con bestias y hadas y especias.


He regresado. Aquí no hace tanto sol, pero este viento también es bueno. Me he subido al terrado a mirar lo pequeño que es todo. También porque me apetecía fumar al aire libre y escupir y quitarme la camiseta. Las ciudades parecen tan grandes y cansadas que a veces es difícil saber a qué darle importancia. Pero es todo culpa de un exceso de superficies y de cristales que nos hace perdernos. O simplemente el ser humano es imbécil. Nos despistamos. Nuestras vidas están llenas de oportunidades perdidas. Los restos de todo, los descartes y el hambre, son lo único que en verdad tenemos. Aunque eso no debe preocupar demasiado. Hay un ahora y sólo ahí es dónde hay que ponerlo todo. No debe importunarte que se te esté quemando el culo o lo pesado que te sientas por una mala comida. Sólo muévete. O en algún momento te acabarán noqueando.

Ahora he vuelto y me están buscando. Me acosa la Seguridad Social, aún me perseguirá la guardia de Sevilla, también me atosiga una mutua de no sé dónde. Han salido acreedores de todas partes, me reclaman días de pensión, desperfectos, formularios, impuestos sociales. Está bien. Sólo recuerdo haber pagado unas copas que tomé en un bar entre Centro y Santa Cruz cuando no tenía dinero. Pero eso fue honestidad y también ganas de volver a ver a la amable camarera. Muy pocas otras cosas merecen mi respeto.

Ahora el barco descansa, bebo una cerveza, limpio la madera, dejo bien sujeta la jarcia, los palos y mástiles están firmes y duros, la sala de máquinas guarda el calor, la nave está ocupada por pequeños diablillos. Yo me meto en todos los mares.

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