cuentos de los días sumergibles


Carta de amor II

Elisa Lazo de Valdez

Adorado Maldonado,


Si no te gusta, si tanto te duele, ¿a qué esperas? Retuércete el cuello. ¿O es que prefieres quedarte conquistando tus ruinas? Sácate los ojos de las cuencas si no quieres verlo. Tal vez seas un depravado que ansía admirar su propia descomposición. Sí, debe de ser eso, querido. Te gusta andar por ahí con el cuerpo hecho jirones. Te encanta arrastrar tu cadáver atado del cuello, guardarte los pedazos y cuidar de los que se pudren. Seguramente has cambiado ya tu sombra por el cadáver. Adoras esa prostitución. Tú quisieras que todos los que te escucharan se quedaran mudos. Deseas incluso la piedad de los dioses, que todos acompañen al animal que engendras cada día. ¡El regocijo del cerdo!, ese es tu goce secreto. Si no es así, dime entonces por qué no te has lanzado ya al delito.

No estás aquí para nada, esto es y no es un juego. Aún vas a traicionarte muchas más veces. Sí, bienamado, aún vas a concurrir otros cuerpos llenos de estaño y te fundirás por encima de lo que te creías capaz. Nunca tendrás bastante. Vas a lamer aún más el alquitrán de las calles. Vas a imaginar otros lugares imposibles. Vas a cargar con otras culpas llenas de dientes. Sí, vida mía, como todos serás un percherón. Cuántas magulladuras en la espalda. Lo sé, tienes el corazón hinchado de contusiones, el amor es el intervalo entre los golpes, en ti no hay más que la ceniza reciente. Hazme caso, mal donado, olvida esa carnosidad palpitante llena de azotes. Tic tac tic tac, hace. Las noches así deben de ser demasiado largas.

Ahora tienes ganas de pelea, encarnizado molusco, ciego asno mío. Ten en cuenta que así sólo embestirás tu presencia. ¿Persistes? Siempre serás encantador. Como quieras, pero te advierto de una caída fina y segura, de tu derrota. Yo te he parido.

Con afecto,


Blanca

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