cuentos de los días sumergibles


Descriptiva del paria

Erwin Olaf


Se levanta de la cama y ni siquiera se pregunta para qué. Hace tiempo que ha dejado las preguntas, no le llevan a ninguna parte. Sabe que no va a hacer nada, que no puede hacer nada, que no van a dejarle. Es el excluido, el repudiado, el prescindido, el paria, el ajado, el pretérito. Sabe que ha sido desterrado y que ahora es cada vez más silencioso. La gente trata con cautela a los mudos, se dice, porque son siempre sospechosos. Él sabe que su nombre ha sido borrado de muchas libretas, que ha perdido espacio en tantos cajones, agendas, bolsillos, y advierte que su presencia se está corroyendo. Anda como un espectro. Su garganta se está cerrando, los huesos de su cuerpo son cada vez más evidentes y los pulmones se le están ennegreciendo a pasos veloces. Cuando olviden tu nombre te habrás esfumado por completo. Sabe que cada vez le pronuncian menos y que cada voz que se pierde es otro puñado de tierra contra la cara. Quiero morir convirtiéndome en polvo, exclama, como si la dureza le favoreciera. Pero se pasa el día caminando para mantener viva su sed de aventura. Recorre la ciudad soñando que recorre un cuerpo. Toma las intersecciones como si de extremidades se trataran. Rodea las plazas. Pasa con sigilo por los callejones, acariciando las paredes. Se coloca debajo de las sábanas recién tendidas para que le caigan gotas de agua. Y entra en los parques con una sonrisa satisfecha, acostándose entre los arbustos y las piedras como si fuera un vientre. Entonces cierra los ojos y sueña con la geometría.

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