cuentos de los días sumergibles


Amocras, nuestra caída

Un apasionado revolucionario fue a Dublin a hacer su propaganda. Estaba ante los hombres y mujeres de aquel pueblo y les dijo: "hermanos, ¿no es un hombre igual a otros?". "Sí señor, tiene razón -gritó uno de ellos-, y hasta un poco más!" Y aquel tipo tenía razón. Aquello no fue un chiste.

El estudioso de John Fowles* compondría este dicho británico para describir a la ruinosa sociedad victoriana.

En 1932, el escritor catalán Josep Maria de Sagarra* retrataría en "Vida privada" a la sociedad catalana de primeros de siglo, con su clasismo y su trascendental necesidad de la apariencia, decadente y tiralevitas, vanidadosa, con sus infidelidades históricas y su coquetería.

Hoy, varios autores en la música, el teatro y la literatura, han referenciado en sus obras algo parecido sobre Barcelona, llamándola aburrida y desgastada.

Asímismo, tantas personas que habitaron durante un tiempo esta ciudad, traen esta misma impresión en muchas ocasiones.

Podemos entonces afirmar sin pretensión de ofensa alguna que Barcelona está viviendo de nuevo su mediocre novecentismo, como en una segunda menstruación más que a la manera de una moda, burguesa y estirada, en una nueva versión de su edad más brillante y ridícula.

Cambia su revolución industrial y la exposición universal del 29, por actividad financiera y un amplio catálogo cosmopolita que abunda en las librerías de todas las ciudades de Europa, piensa en la Lliga Regionalista y en esa frívola tendencia de izquierdas que tanto mete las narices como rápidamente las saca en todo cuanto va declarando.

Ni es el crisol de inmigrantes que va diciendo, ni es tan libre ni tan franca ni tan accesible como declara envanecida en la televisión y en la boca de sus acólitos.

Soberbia y cuentista es la ciudad que estamos haciendo.

Y se necesita una revolución.

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