cuentos de los días sumergibles


Summercase 2008

El pasado viernes Interpol destapaba en el Forum de Barcelona su lado más frívolo. No quiero ser demasiado generoso con afirmaciones así; la banda de Nueva York me gusta, siempre me ha gustado. Su música lúgubre y rápida me ha acompañado en muchos recorridos, he cantado sus canciones en atascos grises y abrasadores con la ventanilla bajada y me ha seducido su cadencia subterránea, he recordado a Ian Curtis y he pensado que estaría contento donde estuviese, y en otra ocasión pude comprobar en directo la precisión con la que tocan y su elegante austeridad. Sin embargo la del viernes fue una rotunda cagada.
Me inclino a sospechar que Interpol no tenía demasiado interés en esa feria de monos que es el Summercase, pero viendo a Paul Banks con su corte de pelo tan cool y su sombrero de H&M, con un sonido tan pobre y arrastrado y un volumen tan incompleto, cualquiera hubiera podido decir que los chicos se han cansado de ser vulnerables y furiosos.
No fue un concierto aburrido, no fue un recital fatigado ni una sesión incómoda ni una broma pesada, pero lo que sonó en Barcelona esa noche fue otro grupito indie de esta moda espesa y pretenciosa.
Mil luces cayendo por una trampilla.
Del resto del festival no puedo decir mucho más porque me aseguré una amnesia imprevista llevada por mil millones de payasos hirsutos con los ojos en blanco y una sonrisa piadosa en la boca, llena de llagas y de estrellas fugaces.
La jornada siguiente sería otra cosa.

Las Breeders, encabezadas por la bajista de los Pixies Kim Deal y Tanya Donnelly, guitarrista de los Throwing Muses, las abanderadas del sonido 4AD en los Estados Unidos de los ochenta, emprendían por la tarde una carrera contra el tiempo, y con una divertida serenidad hecha de comentarios superfluos (I'm from Ohio. Pues muy bien, chica) y posiciones apacibles, reproducieron sus canciones de siempre y algunos temas del último disco, publicado hace pocos años y que me resulta ya aburrido, y sucedió un breve momento cálido y amable en que los extranjeritos brillaban detrás de sus gafas de diseño, y ondeaban en el viento con sus saltos cosmopolitas y narcotizados sus coloridas galas, propias de los muñequitos que puedes ver en las etiquetas de Font Vella, y a su fin, algunos corazones se daban la mano en una conjunción extraña pero tierna.
Un desfile de country wave a cuadros y especies líquidas en profusa extinción.

Los Stranglers ya serían otra historia. El grupo del que sólo quedaban Hans Warmling y Burnel, sobre un escenario sobrio, sin pancartas y un juego de luces propio de una osquesta de pueblo, aún sin contar con el gran Hugh Cornwell cavando en el suelo su severa resistencia, conmemoraron un voluntarioso y logrado discurso acerca de las canciones bien hechas, un grupo de artesanos fanáticos dirigiéndose a un público pequeño cargado de respeto y de calor, y la música por fin conseguía erizar las pieles sudadas de la gente que cantaba casi al unísono "Golden Brown" como si consistiera en abrir una brecha en el cielo de las calles negras.
Un viaje por la erudición.

Había atardecido y de la noche surgiría esa especie de genio y de bufón que es Johnny Rotten y su lengua maldita. Los Sex Pistols se convirtieron en los soldados de la mediocridad hecha sabiduría. Rotten debe de alcanzar los cincuenta y es un lobo y estuvo genial, insobornable, pervertido, cochino, simpático, viejo y con un abrigo de plumas verdes. Fuera de lo que es recuperar una banda perdida, lo del sábado fue un show fecundo por el que los viejos punks no quisieron bajarse del escenario.
La lija y la espuma.

Después llegaron los Kings Of Leon, que cantan bien, tocan bien, sus canciones son buenas, sus ritmos cruzados y su espada corta, su música es apacible y generosa, pero hay algo extraño en esos chicos que les hace indigestos, una música que más que entretenida lo que hace es aburrirte al cabo de un tiempo. Ellos son parte de una cruzada cristiana, granjeros sucumbidos por la MTV y las revistas alternativas, y aunque afinan bien, a la mitad del concierto uno quiere marcharse ya hacia la barra.
Una tabla de madera resistiéndose a ser hundida en el aceite que la colma.

Y finalmente llegaron Los Planetas. Erik es Dios; J es arrogante, impertinente, feo, insolente, creído, nasal, monótono, insulso y susceptible, pero el suyo fue un concierto magnífico aunque en su mayoría, los chicos carecieron del ímpetu que han aportado en otros conciertos, según oía decir porque lo cierto es que jamás antes los había visto, y por ahora es toda la experiencia que quisiera tener.
Un paseo por un parque de atracciones en el que salen enanos y princesas de los bares de Granada.

Y poco más puedo decir porque debo dormir un poco antes de viajar a las islas dentro de unas horas.

Por añadir, baste decir que el festival montó cuatro carpas: la MoviStar, la Sony, la Levi's y la Converse. Telepizza tuvo el monopolio de la comida. Las carpas con Merchandising eran vastísimas. Miles de anuncios y promociones rodeaban todo el recinto. La ropa de los vendedores de tickets y las camareras era homogénea y pública y propagandística. Cada veinte minutos pasaban chicas con ropas fluorescentes y una nueva oferta de souvenirs de la modernidad. En definitiva, un festival enfocado a diseñar una Barcelona musical que llevar de gira por Europa e incluir en los folletos de las revistas de moda.

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