cuentos de los días sumergibles


La oficina y el caucho

la secretaria del señor trucha me llama por teléfono
dice que está listo para entrevistarse y me dirijo hacia su despacho
dieciséis escalones, doce metros a través por una moqueta verde y plástica
dos alógenos en un pasillo aciago que no puede ser real y llego a la puerta
es de un roble tan pulido que amenaza con deshacerse
esto no puede salir bien, me digo
entonce paso al interior
el tipo tiene las manos juntas sobre el escritorio, se sienta regiamente
su labio púrpura es el abdomen de un bicho lívido
uno con tendencia a caerse dormido y a pronunciar algunas letras
como si sorbiera la cabeza de otros bichos
me da la risa pero me hago el nervioso
o tal vez esté nervioso y ensayo mis frases
me subes el sueldo o clavaré un tenedor en tu trasero
auméntalo y podré dejar de vomitar en los archivadores
si no me pagas más seguiré a tu hija y la seduciré hasta volverla imbécil
pero le doy los buenos días y el señor trucha me ofrece asiento
aunque ya me he sentado
espero un momento y le digo que si cobro menos que otros
debería también trabajar menos
pero el tipo responde que entonces subirán más a pedirle lo mismo
que los bailes de números avivan la cólera del señor director
que no se puede hacer nada y es una pena
y se agarra las manos
pienso en Tyler Durden, en Jackson Pollock y en las hogueras de Mozambique
en la piel de la naranja
en el andamio que imagino en esa boca que sigue hablando
y dice que en seis meses conseguiré un plus y otro y seré afortunado
pero yo no sé a qué tiempo se refiere
que sucederá en esos días
dónde puedo estar
el señor trucha está esperando a que me vaya y yo miro por las ventanas de su despacho
paso el índice por la porosa superficie en la que estoy sentado
observo su cortaplumas
el tipo zarandea ahora su cabeza examinando un gesto que diga adiós
pero me atraen las vistas de los ventanales y ya no recuerdo que estoy haciendo allí
estamos en silencio y se siente incómodo
si le puedo ayudar en algo más, dice
aunque ya me he levantado
aguardo otro momento a solas con la luz y me despido
entonces le escucho respirar cuando sujeto el pomo de la puerta
no hago ruido
y pienso que ahora será mi cadáver quien conteste al teléfono
porque tengo un libro y unos girasoles que me gustará leer
y las horas no serán el adhesivo de lo que han podido

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