cuentos de los días sumergibles


no entiende por qué prescindir de la luz
si tuviera un lugar en el que estar, una plaza tranquila en el cielo de los desconocidos
el hombre toma un ascensor hasta la terraza; allí se sienta, enciende un cigarrillo
inventa una geometría flotante
ha preparado un tango y deja la flor sobre la mesa
un equipaje pequeño, respiración profunda, un incipiente dolor de panza
como si el polvo que levanta al caminar bloqueara su aparato digestivo
el recuerdo de su imágen en el espejo cuando la niña que saltaba los rascacielos
le llama por teléfono
sencillamente por escuchar su voz
no hay muchas más pertenencias que reunir en su viaje al tablero de ajedrez

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