cuentos de los días sumergibles


En El castillo de la carta cifrada de Javier Tomeo, un noble le da instrucciones a su lacayo, quien debe entregar una carta ilegible a otro aristócrata, éste un patán idiota y soez que, humillado, montará en cólera cuando no consiga entender nada, y le dice lo siguiente: "Tal vez, mientras rompa la carta, se desahogue llamándole bellaco, villano, ruin, miserable o granuja. Quizás, mordiendo las sílabas, le llame gusano. Usted no se enfade. Recuerde que los insultos, cuando los dejamos pasar, se desvanecen. "De acuerdo -le dice, con una media sonrisa-. Es usted muy generoso al llamarme gusano. Soy, efectivamente, un gusano. Respiro a través de la piel y mi tubo digestivo se prolonga de un extremo al otro de mi cuerpo. No soy inteligente, ni hermoso. No tengo alas, ni siquiera tengo pies. Pero, arrástrandome, puedo llegar a cualquier parte." Éstas me han parecido las palabras que pronunciaba una voz metida en el cableado eléctrico del metro. No te muevas, no enfurezcas, ni siquiera te molestes. Eres sólo una lombriz en el monumental terreno subterráneo de la vida. Eso me dice el misterioso arcano de la ciudad en la semana en que he perdido mi bicicleta, mi casa y mi reproductor de música. Robos, golpes de mala fortuna, los reveses de los peces; me he quedado sin nada. La rebelión del azar es fulminante. Montas un paraíso, con secciones abiertas, quietud, reflejos en el agua, entonces llega una luz y después el vacío. Pero está bien, no importa. Ustedes abran las calles porque vuelvo a apostar. Llevo haciéndolo siempre y en cualquier caso, no salimos de la balanza tan rápidamente.

[ ]

XML