cuentos de los días sumergibles


El ciego lujurioso

hay treinta ojos apuntándote pero tú cierras los tuyos
cuando los abres encuentras treinta puertas que dan a dorados jardines abiertos
con faisanes de plumaje indigno por tan brillante efluvio en sus puertas
la música se ha transformado en los pasos que te están conduciendo al interior de treinta sueños que no te pertenecen
y que tú violas una y otra vez
moviendo tu cuerpo con esmero y armonía
y aún alzarás tu cabeza queriendo respirar el cielo entero
escupiendo insultos contra la divinidad y el aburrimiento
tú que tienes la copa de vino en tu mano y le sonríes al espejo
y lanzas el poso a los pies de los esclavos de la belleza
te preguntarás dónde he dejado los versos de mi reino
yo que he sido desterrado al decoro y el silencio
pues lectores míos, escuchad, porque están aquí
sobre la palma de mis manos que acogen tu rostro de arcilla
en la sonrisa que te mira, sorbiendo la luz de tus pómulos
en la boca que busca tu boca
en las caderas que se agitarán sobre tu cuerpo
arrebatándote el espacio vírgen de todos los campos que una vez pisaste
las piernas que ahora separan las tuyas
y en tu cuerpo hallarás mañana la marca de este agitador, sombra vil y repugnante
pincel del más alto artista
y mueca del actor más convincente
que, servil y complaciente, arrancará después tus gritos cuando te hayas despistado
y tu misma sombra devenga una trampa
para que te acoja por detrás con osadía
y derrame mi aliento
y los treinta ojos cerrarán sus jardines
y dejarán de apuntarme
y tu abrirás los tuyos
y nada se habrá acabado

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