cuentos de los días sumergibles


una llamada telefónica a la una de la madrugada:
el cielo sobre Alejandría fin de la transmisión
la sombra de Cornelius Clarke resbala entonces por la puerta
el muchacho apaga el televisor y sale bajo el presentimiento de no llegar a tiempo

la vieja maquillada sirve un té, la esquina es oscura
quizás el futuro no llegue nunca, muchacho, quizás sólo estés sentado
fuera de la aguja del tiempo
pero el fraude Clarke, la visión de novelistas tísicos arrendando el sabor de la fruta, la inclinación a la tormenta

el personaje experimenta así la sensación de que todo acaba demasiado pronto
cuando se despierta, una suerte de anemia que precede al día
el intervalo que existe entre abrir los ojos y reconocer lo que observa

recuerda que la prostituta dijo: todo se acaba muy pronto
cuando preparaba café y y él la miraba desde la cama
conocedor amnésico de su volubilidad. cambio de escena

el muchacho toma el primer tren a la ciudad; sabe que a él también le vigilan
allí la mañana es el asfalto húmedo de aceras secretas
desfiles baratos de sueños baratos buscando a la prostituta
se dice: ella no debería estar muerta y sigue caminando
las farolas le recuerdan a incendios de parques infantiles

sólo por lanzar el dado en su ajedrez serías capaz de decirles cualquier cosa, muchacho, no importa lo listo que seas
una muerte en el hotel de la fortuna no es suficiente para detenerle
ahogaría a su ejército por encontrarla primero

al final de la escena el muchacho entra en un bar, pide un whiskey
una risa estalla en una de las esquinas de la pantalla
en el posavasos lee la palabra Clave
el ruido de unos tacones se pierde en la oscuridad

soy la mascota de Clarke sin sentido de la orientación

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