cuentos de los días sumergibles


Febrilandia

camino por la ciudad de la selva amarga
también parece divertida aunque me duele demasiado la cabeza
como para confiar en mis sentidos
y transitando por ella encuentro palomas a las que algún coche
ha arrancado sus patas
y jóvenes con alzheimer y serpientes azules y Nefertiti
firmando autógrafos en un tren hacia Kiev
diría que me siento tranquilo pero si piso una flor, apenas me doy cuenta echo a correr y doblo un sauce llorón
y estallo a patadas contra unas puertas que pudieran tratarse de la entrada a Estambul
aunque sé de sobras que no es Estambul ni ningún otro lugar que yo conozca
y ni siquiera puedo moverlas así que me detengo
me apoyo sobre las rodillas, me tomos unos segundos para respirar
soy la silla de ejecución de la estúpida Texas, digo, y a mi espalda escucho una voz:
tu libertad no debe de valer tanto, dice un comerciante sin dientes
que amarra a un buitre
entonces pienso en decirle algo, encontrar una daga, un alambre que le sujete la boca
cuando suena una sirena y pasa la ambulancia de la ciudad de la selva amarga
y a toda velocidad atraviesa la calle, atropella a un asno, destroza una frutería
hasta que la pierdo de vista
pienso que esto no parece un lugar amable
podría haberme quedado en la cama
he cerrado los ojos porque si pienso en los dedos de mis pies posiblementese acabe todo esto
intento sentir lo más extraño y difícil para que nada sea demasiado importante
la parte más desconocida de ti mismo
pero sólo he conseguido averiguar que necesito una playa
un hogar en el que sepa que puedo flotar aunque también ahogarme
y así la selva amarga de la ciudad se vuelve más amarga pero también más pequeña
y ya sólo es algo tan ínfimo como la axila de una colina de matojos
en la que sale el fuego
y de las cenizas no puede salir ya nada más que esto
el último aliento del incienso maldito de Barcelona

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