cuentos de los días sumergibles


Supervivencia

cada dos semanas, a veces incluso tres, hay un día en que soy el claro opuesto de un bartleby cualquiera.
estoy en la oficina y durante las ocho horas que dura la broma retomo todo lo que había dejado pendiente. más de cien cartas se descubren saliendo y entrando del programa informático de la empresa. palomas mensajeras tocadas por el halo impuro del comercio. trámites que aparecieron sesgados y ese día toman forma. informes, facturas, designas. en esas ocho horas recompongo todo lo que hasta entonces había sido una máquina muerta, una zona desértica.
la intención es poder seguir tranquilo, permanecer lo más ajeno posible. una oficina no es precisamente una sala de juegos.
recibo un sueldo mensual por un trabajo que no me importa y que tampoco llevo a cabo. sólo aprendí a dar la apariencia del trabajo bien hecho.
pero aunque pase mis jornadas leyendo, escribiendo, dibujando experimentos portátiles, lo cierto es que debo entregar un día, sólo uno, al trabajo duro, rehaciendo todo lo que dejé inerte y escondido. es la única manera de no levantar sospechas, parecer el amigo del pez gordo y seguir percibiendo la renta que en realidad me pagan por calentar con mi trasero cualquier lugar en el que me apoyo, por conocer novelas que no sabía que exsitían y preparar todas las fugas que se me ocurren.
podría decirse etonces que la oficina es un centro de operaciones y las veces que trabajo son no más que una farsa.
creo que un sistema hecho a medida merece todos los elogios. no hubieron quejas, rastreos, persecuciones. mi culo está a salvo y mi paz no debe adolecerse por nada.
aún así sé que me vigilan y la empresa también lo sabe y sabemos que nos debemos ese espacio. de hecho creo que hemos alcanzado una relación equitativa, tímidamente justa.
ahora bien, hay otro precio en la estrategia.
estar en una oficina en el corazón de la Barcelona mediática no debe suponer necesariamente un descenso a los infiernos, pero tampoco te consiente la resistencia. sus latigazos disponen una vil y estrecha exumación de tus cadáveres más exquisitos.
queda prohibida la música, la poesía, la inteligencia, la humildad, la serenidad, la indiferencia.
toda antorcha que vayas a sacar puede convertirse en su más pletórica trampa.
conseguir el desdoblamiento se vuelve entonces lo más difícil de todo.
¿cómo perder pues el aliento de la inquietud, las cuerdas que comprimen tu momento más lúcido?
yo opté por la mayor carga posible de narcóticos.
fumo aproximadamente cuatro gramos díarios de hashish que me dejan en un estado de infranqueable sutileza. de esta manera rebajo al mínimo cualquier síntoma de compromiso. dejo de ser un civil. me acerco más a una dorada. soy así un símbolo de mí mismo.
la forma del oficinista queda totalmente intacta y por otro lado consigo una alfombra roja que despliego a mi antojo, una amplitud en la que me revuelco contento y secreto. en este estado consigo separar al trabajador del soñador y sentarlos en el mismo sitio. la literatura está en el mismo lugar en el que ellos han puesto sus procesos rápidos. la música suena junto a la perezosa mortalidad de los expedientes amarillos. la luminosidad se mezcla con la macabra avaricia de los balances contables o como hubiera dicho Blake, el matrimonio del cielo y del infierno se ha hecho efectivo.
obviamente no voy a decir que sea un sistema saludable. tengo mi supervivencia asegurada pero no soy ni un reflejo de lo que he podido ser. despierto simpatía como también cautela, tanto escepticismo como camaradería, recelo, curiosidad, lascivia, autismo, al fin y al cabo no puedo controlarlo todo.
mi sistema es por tanto un riesgo pero no conozco otro mejor.
mís días en la ciudad oscilan entonces entre el interior de una tubería y el mismo cielo.
sólo me queda daros la bienvenida a mis artificios.

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