cuentos de los días sumergibles


La entrevista

David LaChapelle

Ella me da la mano con vigor. Se sienta al otro lado de la mesa mientras que me ofrece la otra silla y cruza las piernas. Su chaqueta ceñida y oscura parece no arrugarse nunca. Aunque no es una mujer elegante alinea delicadamente unas hojas, se aclara la garganta con un maullido de vaca y comienza su entrevista.
––Bien, señor Comeclavos. ––dice. ––¿Está trabajando en la actualidad?
––No exactamente ––respondo. ––Hago de dato en diferentes estadísticas. Ahora mismo formo parte de un veintitrés por ciento de jóvenes desempleados. Pero no está retribuido.
Ella levanta la cabeza y me observa con seriedad. No tiene aspecto de haberse sorprendido. Creo que ha dicho llamarse Inés. La montura de sus gafas me parece pesada.
––Entiendo ––señala. ––¿Estudia usted?
––Sí señora. Sociología y Mito en parques públicos y tabernas.
––¿Cómo ha dicho?
––Sociología y Mito.
––¿Es una licenciatura oficial?
––No. Nada realmente importante lo es. No quiero ejercer como sociólogo, aunque sí de mito.
––Señor Comeclavos ––me dice severamente––, no sé si es consciente de la importancia de esta prueba en el proceso de selección.
––Lo soy señora. Creo estar demostrando mi honestidad.
Inés hace una anotación en las hojas. Deja el lápiz y cruza las manos como un cónsul.
––En el currículum no declara nada respecto a sus intereses. ¿Podría enumerarme algunos?
––Por supuesto. Me gusta mecanografiar y me gustan las mujeres.
––¿Ha trabajado usted como escribano o bien como secretario en alguna ocasión?
––No señora. Escribo por placer. Es un poco oscuro.
Agacha la cabeza sobre el papel y vuelve a anotar algo, esta vez tomándose más tiempo.
––Quisiera aclararle que de la misma manera tampoco he trabajado nunca como proxeneta ––apunto yo.
––Señor Comeclavos ––dice ella rigurosa levantando la vista––, limítese a responder las preguntas, por favor.
––Sí señora. Sólo quería ayudarle a acotar el perfil.
Se hace un silencio. Es agradable poder escuchar los ruidos que tapan las voces. En la calle ha pasado una moto, un niño chillaba. Aquí se oye el sonido áspero del lápiz contra el papel y las respiraciones. Fuera de la sala se oyen impresoras y teléfonos. Hago un ritmo con la mano bajo el resposabrazos.
––Bien ––dice ella rompiendo mi concierto. ––¿Tiene alguna pregunta sobre el puesto?
––Ahora mismo no se me ocurre ninguna. Quizás más adelante.
––¿Qué sueldo estaría dispuesto a cobrar?
––Creo que mi capacidad intelectual es inestimable. No puedo darle siquiera una cantidad aproximada. Me conformo con un sueldo razonable según mis funciones. Depende de si les gusto más llevando el correo o como presidente.
––¿Qué aspiraciones tiene usted?
––¿Disculpe?
––Estaba usted hablando de ascensos.
––No señora. No hablaba de eso. No aspiro a nada, debo trabajar porque la ciudad me obliga. Lo que yo quiero es escribir en algún lugar bajo el sol.
Inés aprieta los labios en una mueca horrible y asiente con la cabeza.
––Está bien, señor Comeclavos ––acierta a decir. ––Por mi parte ya está. Si tiene usted alguna pregunta…
––Una, señora. ¿Cuántas horas me darán para comer? Es fundamental disfrutar de una digestión serena y bien dilatada.
––Eso se lo concretarán en la última entrevista si es usted seleccionado ––revela sucintamente. ––¿Algo más?
––Pues no sé ahora. O tal vez sí. Escuche; ¿tendré compañeras femeninas, ya sabe, jóvenes y de glúteos firmes? Dígame.
Esta me ha parecido una pregunta muy bien formulada.
––Bueno, tengo constancia de que el centro de trabajo es relativamente nuevo y la plantilla es joven.
––Eso no quiere decir nada ––le aclaro.
––Como le decía es una información que acabarán de detallarle en la empresa. Yo no lo sé. ¿Algo más, señor?
Debería haber pensado otra después de cómo ha pronunciado la pregunta, pero no se me ha ocurrido. Esos aires tan vulgares de suficiencia que se dan los oficinistas.
––Es suficiente.
––Bien, le llamaremos en los próximos días ––añade con rectitud al tiempo que se levanta y nos damos la mano.
––Buenos días.
––Muy buenos días.
Creo que ha ido bien. No se ha fijado mucho en la condecoración que llevo en la solapa y que me distingue como caballero de la orden de San Canuto, pero sé que es consciente de mis méritos.
Por otro lado no ha respondido a mis preguntas y eso me hace sospechar. O bien dudo de su destreza y pienso que es estúpida por no enterarse de ciertos detalles importantes, o bien esconde la información por alguna razón que no logro entender.
En cualquier caso no pienso enzarzarme en esas tonterías. Tengo cosas más importantes en las que pensar. Me pregunto qué comeré mañana.

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