cuentos de los días sumergibles


Contra el tedium vitae

Estoy abandonándome a todos los límites. Me llevo a los extremos. Me exprimo sin vacilaciones. Todas y cada una de mis dificultades las estoy poniendo al fuego. Desafío a mi salud. Apuesto mi refugio por cualquier accidente. Exhibo mis contradicciones con suficiencia. Me maldigo y echo a reír. Si me inquieta estar entre la gente no hago otra cosa que rodearme de ella. La vida es una operación quirúrgica en la que revuelvo sin proporción alguna mis órganos como en un juego. Es tan entretenido… Recuerdo que Baudelaire escribió que la vida sólo tenía un encanto verdadero: el del juego; pero ¿y si resulta indiferente ganar o perder?

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In my neighborhood

Me mudé.
Mi hogar son las calles
las entradas a otras ciudades que velan
las esquinas por donde ya nadie mira
y los cuerpos de mujeres
que alquilan mi corazón por unas horas.








A quien le interese, vivo bien, me reciben en las casas, los camellos me fían, los tenderos son amables, el mundo entero me sonríe sin ironía, a menudo olvido mi nombre hasta que lo pronuncian con ternura, no me duelen las aceras, hay una tregua brillante en cada boca que pruebo y cada mano que me aprieta, la brevedad no me importa, ignoro por qué estoy aquí pero está bien, soy un niño sin futuro, no peso, no mantengo el equilibrio, mi salud no es la más adecuada; estoy feliz.

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La galería

algunas veces, cuando pienso en ti
sueño con la asfixia
un dolor atroz que podría hacerme estallar la tráquea
si gritara
una falta que me privara del aire
algo como una infección pudriéndome avivadamente
todos los tejidos
sueño con un corazón expropiado
desalojado
saqueado y devastado
sueño con sus cenizas aún humeantes
el mal olor de la extinción
el mundo entero descomponiéndose
ahí dentro
como el cadáver de un caballo
al que el incendio sorprendió en medio
de una extensión florida
e infinita
a la que pusieron un nombre destinado
a borrarse
sueño con los gusanos
las bacterias
el moho
el polvo
el tiempo
la gran pompa de un espejismo
que se rompe
sueño con la histeria
los chillidos de los niños
la violencia de animales que merodeaban
la casa
como fantasmas sin uso
algunas veces
–no puedo evitarlo todavía
cuando pienso en ti sueño con horizontes
muertos de cansancio
con un vendaval que levanta los coches
y deshace los tejados
un prodigio que parte las encinas
y abrasa las polillas que caen al suelo
como ascuas
sueño con astillas
cascotes
raíces despedazadas
como si ya nada pudiera crecer
allí
que no es un lugar
ni es el pasado
sueño con esa invención
que ya no puede cultivarse
engullida por lo ignoto
y unos arranques de furia
mayores
que el viento que arrastrará
la broza de este sueño
inexacto
como al fin y al cabo
lo es todo
así que ya ves
algunas veces, cuando pienso en ti
sueño con el elemento más sórdido de la naturaleza
desconozco cuando podré telefonearte
saluda a tu familia
de mi parte

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Mi credo

Está bien, admitámoslo; soy un adicto. Estoy enganchado al sexo, al tacto del papel, al saxofón, al hashish, al amor... ¿Miles de adicciones hacen de mí un siervo de la naturaleza o algo así? Soy adicto a la melancolía, al alcohol, a los instrumentos de cuerda, a la escritura, al aire fresco, al chocolate; estoy sujeto al fanatismo de los palillos para las orejas, al fracaso, a las incertidumbres, al aislamiento; soy un incondicional de las caricias, del olor del pan recién hecho por las mañanas, del miedo, del fuego, del vino; enganchado a la risa, a la cama, a los vasos de cristal, a caminar descalzo, al ron, a los árboles de las ciudades, a las alucinaciones, a la condenación y a la gloria de todos mis actos… La lista es larga.
Una adicción puede ser algo peligroso pero no es atroz. El truco está en sacar un buen juego de combinaciones. Hay que intercambiarlas, no colmarlas del todo y andar relevándolas. De otro modo podrías enloquecer. Te volverías un perturbado, un borracho, un mendigo, un estúpido, serías carne de hospital o te encerrarían con un montón de chiflados como tú.
Invariablemente soy un adicto. Me vuelvo ausente o arisco si no satisfago mis adicciones, ya dejaron de ser apetitos. Ya no hay vuelta atrás; la vida, todo lo que contiene este mundo, en cualquier momento puede convertirse en una sustancia adictiva, incluso el infierno.

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Siempre me pasa lo mismo
cuando estoy en un lugar añoro otro;
incluso las ciudades que no frecuenté
me dejan triste.
Lo que sea mi hogar en ese momento
adquiere el aspecto abominable
de un laboratorio.
Puede que las putas, los enfermos y los curas
tengan razón
y el presente sea un lugar detestable.
Por las mañanas la cocina resulta un lugar terrorífico
las escaleras se me antojan impracticables
las calles me parecen aburridísimas
si no pongo nada de mi parte.
Es agotador;
no puede aquietarme un lugar
si eternamente quiero estar en otro.
Esta bigamia prolija y redundante
le enflaquece a uno
le deja fraccionado y con el deseo por fuera
descamisado y cortado a rodajas.
Un contrasentido insalvable, pienso,
hasta que el hombre no descifre la fórmula
de la omnipresencia.

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Al lado de la biblioteca de Andalucía hay una callejuela que conecta Gran Capitán con la calle de los abrazos. La pared que la cerca está llena de murales como este. Me gusta el lugar.

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A veces me paso el día riéndome de todo. Es lo mejor que puedo hacer.

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Yo no lo sabía
así que no hacía más que desearlo una y otra vez
como si fuera sólo una excentricidad.
No estaba mal
pero las orugas comenzaron a menearse
el corazón se me quedó invadido por un millón de alimañas
y empecé a oler a pasado.
Indudablemente me vaciaría del todo
si no expulsaba aquella afanosa invención
y tenía ante mí un celaje brumoso
que me parecía petróleo.
Me subí las mangas y empecé a cavar
no había agujero suficiente para enterrar
aquel cuerpo en descomposición
que era mi sueño.
Pasaron unos perros salvajes atraídos por el hedor
supongo.
Los despaché de allí.
Ni siquiera hacía frío.
Soñar te hace terco y exigente
recuerdo que dije
me había detenido para sacudirme de tierra.
No había nadie allí.
Nada vale demasiado
si la euforia no te ciñe hasta la asfixia.
Creí que para no caer desplomado
por la exigüidad
bastaría con dominar un terreno desconocido
y lo dejé todo,
el crudo, la brecha, la fermentación del sueño
inadmisible, la tierra, mis ropas manchadas
de sedimentos,
todo,
y me fui de allí
para vivir como un rey destronado
en otra parte
sin nada encima.
Pero todo es igual
no importa cuántas grietas abras
los sueños siempre acabarán por descomponerte
el trabajo.
Ni siquiera poniendo una trampa
hay posibilidad de escaparse.

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La vida es aburrida, pero podría ser peor y podría ser mejor. Aceptamos que una empresa determine las rutinas de nuestra vida. Es la compensación que se obtiene por evitar que seamos gente creativa aquejada de desempleo crónico, y lo sabemos. Cuando éramos más jóvenes, al menos nos vanagloriábamos de no dejarnos engañar y teníamos un ejemplar de Adbusters [una revista de esas contraculturales] en la mesa. Al cabo de unos años no importa. Te dedicas a buscar chistes o archivos .wav para entrenarte. Te bajas música. Aparece un nuevo proyecto que se va retrasando penosamente reunión tras reunión. Todas las ideas están por nacer. El aire huele como a quinientas hojas de papel.
Y luego llega un nuevo día.

Douglas Coupland
jPOD

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La trampa

Por aquel tiempo yo rehuía las escenas demasiado misteriosas.
Como los enfermos del estómago que evitan las comidas pesadas
Prefería quedarme en casa dilucidando algunas cuestiones
Referentes a la reproducción de las arañas,
Con cuyo objeto me recluía en el jardín
Y no aparecía en público hasta avanzadas horas de la noche;
O también en mangas de camisa, en actitud desafiante,
Solía lanzar iracundas miradas a la luna
Procurando evitar esos pensamientos atrabiliarios
Que se pegan como pólipos al alma humana.
En la soledad poseía un dominio absoluto sobre mí mismo,
Iba de un lado a otro con plena conciencia de mis actos
O me tendía entre las tablas de la bodega
A soñar, a idear mecanismos, a resolver pequeños problemas de emergencia.
Aquellos eran los momentos en que ponía en práctica mi célebre método onírico,
Que consiste en violentarse a sí mismo y soñar lo que se desea,
En promover escenas preparadas de antemano con participación del más allá.
De este modo lograba obtener informaciones preciosas
Referentes a una serie de dudas que aquejan al ser:
Viajes al extranjero, confusiones eróticas, complejos religiosos.
Pero todas las precauciones eran pocas
Puesto que por razones difíciles de precisar
Comenzaba a deslizarme automáticamente por una especie de plano inclinado,
Como un globo que se desinfla mi alma perdía altura,
El instinto de conservación dejaba de funcionar
Y privado de mis prejuicios más esenciales
Caía fatalmente en la trampa del teléfono
Que como un abismo atrae a los objetos que lo rodean
Y con manos trémulas marcaba ese número maldito
Que aún suelo repetir automáticamente mientras duermo.
De incertidumbre y de miseria eran aquellos segundos
Es que yo, como un esqueleto de pie delante de esa mesa del infierno
Cubierta de una cretona amarilla,
Esperaba una respuesta desde el otro extremo del mundo,
La otra mitad de mi ser prisionera en un hoyo.
Esos ruidos entrecortados del teléfono
Producían en mí el efecto de las máquinas perforadoras de los dentistas,
Se incrustaban en mi alma como agujas lanzadas desde lo alto
Hasta que, llegado el momento preciso,
Comenzaba a transpirar y a tartamudear febrilmente.
Mi lengua parecida a un beefsteak de ternera
Se interponía entre mi ser y mi interlocutora
Como esas cortinas negras que nos separan de los muertos.
Yo no deseaba sostener esas conversaciones demasiado íntimas
Que, sin embargo, yo mismo provocaba en forma torpe
Con mi voz anhelante, cargada de electricidad.
Sentirme llamado por mi nombre de pila
En ese tono de familiaridad forzada
Me producía malestares difusos,
Perturbaciones locales de angustia que yo procuraba conjurar
A través de un método rápido de preguntas y respuestas
Creando en ella un estado de efervescencia pseudoerótico
Que a la postre venía a repercutir en mí mismo
Bajo la forma de incipientes erecciones y de una sensación de fracaso.
Entonces me reía a la fuerza cayendo después en un estado de postración mental.
Aquellas charlas absurdas se prolongaban algunas horas
Hasta que la dueña de la pensión aparecía detrás del biombo
Interrumpiendo bruscamente aquel idilio estúpido,
Aquellas contorsiones de postulante al cielo
Y aquellas catástrofes tan deprimentes para mi espíritu
Que no terminaban completamente con colgar el teléfono
Ya que, por lo general, quedábamos comprometidos
A vernos al día siguiente en una fuente de soda
O en la puerta de una iglesia de cuyo nombre no quiero acordarme.


Nicanor Parra

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No, gracias. Muy amable pero no. Prefiero no saber nada. Lo contrario sería una contribución a deshacer (otra vez) el trabajo y, aunque no lo creas, estoy realmente bien. No estás en el sabor de mi sangre y eso es bueno, pero aún camino como si llevara un huésped. Piénsalo, el amor es un microorganismo propagándose sin detención, un protozoario, no siempre nocivo, pero es algo primitivo de todos modos. Así que mejor no. Estás linda vestida de sombra y yo no soy tu amigo, no me jodas, eso debe de haberte quedado claro. No me cuentes tus correrías, por ahora no me interesan. No te lo tomes mal, estoy haciendo de carnicero, te estoy extirpando. Hago muchas cosas, sigo quedándome borracho y abstraído pero debo decir en mi favor que me muevo bastante bien, pruebo otros cuerpos, entro a los santuarios y toco otros tesoros, y lo que es más difícil, me dejo tocar los míos, pero no sucede nada que no sea breve y precario, siempre acabas volviendo como una estación. Así que estoy ocupado, no tienes sitio en mi confabulario. Lo siento. Gracias por haber volado con nuestras aerolíneas.

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escultura de brío / brisa endeble
labios de mercromina
sus interminables uñas postizas
(...)
con su boquita despintada
de cuervo celoso
que arrulla.

Pedro Casariego Córdoba
de Maquillaje (Letanía de pómulos y pánicos)

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