cuentos de los días sumergibles


Yo no lo sabía
así que no hacía más que desearlo una y otra vez
como si fuera sólo una excentricidad.
No estaba mal
pero las orugas comenzaron a menearse
el corazón se me quedó invadido por un millón de alimañas
y empecé a oler a pasado.
Indudablemente me vaciaría del todo
si no expulsaba aquella afanosa invención
y tenía ante mí un celaje brumoso
que me parecía petróleo.
Me subí las mangas y empecé a cavar
no había agujero suficiente para enterrar
aquel cuerpo en descomposición
que era mi sueño.
Pasaron unos perros salvajes atraídos por el hedor
supongo.
Los despaché de allí.
Ni siquiera hacía frío.
Soñar te hace terco y exigente
recuerdo que dije
me había detenido para sacudirme de tierra.
No había nadie allí.
Nada vale demasiado
si la euforia no te ciñe hasta la asfixia.
Creí que para no caer desplomado
por la exigüidad
bastaría con dominar un terreno desconocido
y lo dejé todo,
el crudo, la brecha, la fermentación del sueño
inadmisible, la tierra, mis ropas manchadas
de sedimentos,
todo,
y me fui de allí
para vivir como un rey destronado
en otra parte
sin nada encima.
Pero todo es igual
no importa cuántas grietas abras
los sueños siempre acabarán por descomponerte
el trabajo.
Ni siquiera poniendo una trampa
hay posibilidad de escaparse.

[ ]

XML