cuentos de los días sumergibles


Fragmentos

Lo que hoy escribo será una precaución. Estas líneas permanecerán invariables, a pesar de la flojedad de mis convicciones. He de ajustarme a lo que ahora sé: conviene a mi seguridad renunciar, interminablemente, a cualquier auxilio de un prójimo.
[...]
No espero nada. Esto no es horrible. Después de resolverlo, he ganado tranquilidad. Pero esa mujer me ha dado una esperanza. Debo temer las esperanzas.
[...]
Pasaron otros minutos de silencio. Insistí, imploré de un modo repulsivo. Al final estuve excepcionalmente ridículo: trémulo, casi a gritos, le pedí que me insultara, que me delatara, pero que no siguiera en silencio.
[...]
Todo lo que he escrito sobre mi destino -con esperanzas o con temor, en broma o en serio- me mortifica.
[...]
Sentí repudio, casi asco, por esa gente y su incansable actividad repetida. Aparecieron muchas veces, arriba, en los bordes. Estar en una isla habitada por fantasmas artificiales era la más insoportable de las pesadillas; estar enamorado de una de esas imágenes era peor que estar enamorado de un fantasma (tal vez siempre hemos querido que la persona amada tenga una existencia de fantasma).
[...]
No debe intentarse retener vivo todo el cuerpo.
[...]
Considero que este pensamiento es un vicio: lo escribo para fijarle límites, para ver que no tiene encanto, para dejarlo.
[...]
Estoy a salvo de los interminables minutos necesarios para preparar mi muerte en un mundo sin
[Mia] Faustine; estoy a salvo de una interminable muerte sin [Mia] Faustine.
[...]

Y ahora, el aplastamiento final:

Aún veo mi imagen en compañía de Faustine. Olvida que es una intrusa; un espectador no prevenido podría creerlas igualmente enamoradas y pendientes una de otra. Tal vez este parecer requiera la debilidad de mis ojos. De todos modos consuela morir asistiendo a un resultado tan satisfactorio.
Mi alma no ha pasado, aún, a la imagen; si no, yo habría muerto, habría dejado de ver (tal vez) a Faustine, para estar con ella en una visión que nadie recogerá.
Al hombre que, basándose en este informe, invente una máquina capaz de reunir las presencias disgregadas, haré una súplica: búsquenos a Faustine y a mí, hágame entrar en el cielo de la conciencia de Faustine. Será un acto piadoso.


Suena aquella vieja canción de Chan Marshall, Say. La voz suave y túrgida que se hacía triste cada vez que callaba, lanzándote el aire a la cara. El tema estuvo por aquí tantas veces. Ha cantado tantos desastres, y por qué no, también lindezas. Canción que aún la recuerda después de todo. A ella también le gustaba. Es extraño, no creo que sea demasiado sentimental. Estos fragmentos sólo son una lectura. Sólo quiero decir que la serpiente empieza a desfallecer y yo me agito como una cría.
En otro órden de cosas, últimamente veo a mucha gente jodida, decepcionada, acaban de estudiar, no saben qué hacer, el trabajo es una mierda o no lo hay o esta dirigido por caciques pervertidos, o si lo hay les requiere una confianza ciega en el mecanismo, ya saben ustedes, ocho horas diarias, pago de impuestos, hipoteca, plaza de parking, pareja, viaje de quince días al año, diapositivas para los invitados y pequeños pasatiempos como jardinería o recetas de cocina más palizas ocasionales. Los franceses dicen c'est comme ça. ¿Existe una burbuja que reventará en algún momento?

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