cuentos de los días sumergibles


Horror Vacui

No hay un espacio para mí, la ciudad me rechaza. No tengo lugar siquiera en el desprecio de los otros.
En mí no hay amor ni crimen posible. No hay reacciones.
Los cuerpos me sortean como si fuera un obstáculo.
Estoy deshabitado. No hay voces ni perfiles.
Respirar es capital pues nada más me hace recordar que estoy vivo. Escuchar mis pulmones hinchándose en el vacío, toser, es todo cuanto puedo obtener de la realidad.
Lo demás es muerte y languidez. Un silencio colmado de espectros.
Los días socavan mi resistencia, la soledad se engrandece y se vuelve más y más fuerte. Mi sensibilidad se esfuma entonces lentamente. Comienzan a huirme la piedad y el afecto. De mí se evaporan la compasión y la afinidad. Estoy perdiendo mi humanidad. Ya no hay tactos ni hogares en mis gestos.
No hay manos que quieran acompañarme. No hay pasos que vayan a seguirme.
Aversión, curiosidad, diferencia, no despierto otros sentimientos entre aquellos que se rozan conmigo.
Vacuidad, silencio, destierro.
Lo mismo podría estar muerto.
Aburrimiento y paranoia, noto cómo enloquezco conforme pasa el tiempo, nutrido sólo con mis pensamientos.
Soy un proscrito, caminante lúcido e invisible. Estoy vivo aunque no podáis verme. Existo aunque no podáis escucharme. Siento aunque no sepáis nada de mí.
Pero de qué sirve recordar la gloria. No puedo enseñaros mis conquistas. No me dicen ya nada.
Lo mismo me entrego a la delincuencia.
Lo mismo preparo mi suicido.
Quizá te regale flores antes, seas quien seas.
Sólo tengo sueños. ¿Hasta cuándo puede uno vivir exclusivamente de ellos?

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