Veamos.
Hace mucho que no tengo la invisibilidad de otras veces. Ahora soy observado y sus miradas no hablan, sólo buscan.
Ya no puedo estar en muchas partes sin levantar sospechas entre los que me rodean.
Tampoco me dan trabajo, quizá me pinten rostro de criminal, tal vez sea que advierten mi tendencia a lo confuso y lo agitado, al desgobierno. Cuando me contratan sé que les he engañado y no puedo respetarlos.
Cuando salgo de casa nadie me espera. El tiempo no significa nada para mí, sólo es una herramienta. Como todos tengo amigos, compañeros en cualquier cosa, mujeres que me quieren, otras que me apartaron con el brazo de su rincón caliente y aún ríen y son tiernas conmigo, pero nadie está cerca, no soy pertinente.
Mi vida transcurre entre las puertas.
A veces quisiera suicidarme, otras mi sentido del humor me delata.
Hace más de un año que no puedo llorar. Ya no recuerdo lo bien que se duerme después. Quizá no haya en mí más cuerpo que desgarrar.
Ahora todo es espontáneo, incontrolado, inevitable, y ha dejado de ser magnífico.
El infierno no es sitio para un niño.
No quiero cantar, no hay más guitarras, no quiero escribir, se están acabando los sueños. Aún así me paseo por las calles como un dios sin seguidores.
Estoy en quiebra.
Además el coche patinó a noventa y tres kilómetros por hora, entraba en la curva, comenzó a voltear y acabé estrellándome. No vino nadie. Ahora ya no tengo coche.
Lo que me inquieta es que aún sigo riéndome.
Parece que ya no haya vuelta atrás.
Tal vez me plante aquí.
Quién sabe, no hay nada seguro.
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Hace mucho que no tengo la invisibilidad de otras veces. Ahora soy observado y sus miradas no hablan, sólo buscan.
Ya no puedo estar en muchas partes sin levantar sospechas entre los que me rodean.
Tampoco me dan trabajo, quizá me pinten rostro de criminal, tal vez sea que advierten mi tendencia a lo confuso y lo agitado, al desgobierno. Cuando me contratan sé que les he engañado y no puedo respetarlos.
Cuando salgo de casa nadie me espera. El tiempo no significa nada para mí, sólo es una herramienta. Como todos tengo amigos, compañeros en cualquier cosa, mujeres que me quieren, otras que me apartaron con el brazo de su rincón caliente y aún ríen y son tiernas conmigo, pero nadie está cerca, no soy pertinente.
Mi vida transcurre entre las puertas.
A veces quisiera suicidarme, otras mi sentido del humor me delata.
Hace más de un año que no puedo llorar. Ya no recuerdo lo bien que se duerme después. Quizá no haya en mí más cuerpo que desgarrar.
Ahora todo es espontáneo, incontrolado, inevitable, y ha dejado de ser magnífico.
El infierno no es sitio para un niño.
No quiero cantar, no hay más guitarras, no quiero escribir, se están acabando los sueños. Aún así me paseo por las calles como un dios sin seguidores.
Estoy en quiebra.
Además el coche patinó a noventa y tres kilómetros por hora, entraba en la curva, comenzó a voltear y acabé estrellándome. No vino nadie. Ahora ya no tengo coche.
Lo que me inquieta es que aún sigo riéndome.
Parece que ya no haya vuelta atrás.
Tal vez me plante aquí.
Quién sabe, no hay nada seguro.