cuentos de los días sumergibles


Beirut en la sobremesa

Está bien, lo confieso,
me paso el tiempo en un balancín
entre las nubes y el subterráneo;
no hay constancia posible.
Ayer los días sentían náusea
y esta tarde siento gratitud por todo.
La calle se llena de mujeres hermosas,
me lavo la cara con el sol del mediodía,
luego puedo vivir en una espesura sin péndulo
o agarrarme a la cola de una golondrina,
agitar un sombrero que no es mío,
sentir tanto el peso de la piedra
como el final de los sueños.
Ahí me ves cantándole a la mata
que sale entre los adoquines
o haciendo sonar el cascabel
de mi funda de prisionero,
lo mismo escojo el chocolate del sicario
que el licor de la púrpura;
esto es sólo el desfile de los patos,
yo no puedo hacer nada.
Simplemente, si se mueve,
el lugar es bueno.
Todo cuanto deba saberse es que
no cuesta nada pisar el reloj
del conejo.

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