Historia de una tuerca
09 abril 2007
EL DÍA QUE DECIDÍ ACABAR CON EL MUNDO
el día que decidí acabar con el mundo
las estrellas caían del cielo como adoquines descerrajados
las estrellas llameantes que me recordaban el fuego en la mirada
de una mujer que una vez había conocido
y que no volvió a entrar en mi casa
por esos asuntos que el amor llena de cristales rotos
sobre los que debes caminar alguna vez
ese día
el día que decidí acabar con el mundo
no sabía si era el suelo lo que se agrietaba
o el mismo cielo
un cielo que era de alquitrán
con inquietos rostros de un color purpúreo
en su interior
hostigados como las flores sucias de una ciudad sucia por el tráfico
de una ciudad sucia donde las vidas no son más que una apuesta sucia
aunque yo había descubierto lugares corrientes
que podían convertirse en santuarios
por eso sobrevivía
por eso y porque estaba convencido de acabar con todo aquello
para levantar algo mejor
algo que no sabía lo que era
aunque ello no fuera lo más importante
ese día
estaba sentado en la calle sobre el alféizar de un portal
y decidí acabar con el mundo
todo tenía una sutil mezcla de encantamiento y de inmundicia
que me desconcertaba
pero yo estaba pendiente de un instante que
debía ser como un círculo
un brillante círculo que habría de absorber el aburrimiento
un verdugo vestido de bostezo
debo decir que yo respiraba intensamente
ese día
respiraba intensamente no haciendo ruido en la nariz
sino sintiendo el aire
y en ese mismo momento quería tanto a la lombriz
como al delincuente
al color sucio de la acera
a la transparencia de los seres que no hablan
de esos seres que miran y existen
y no necesitan nada más
y ese día que había decidido acabar con el mundo
como esos seres de los que hablo
pensé que yo tampoco quería desear ya nada
todo estaba bien cómo estaba
las señales de tráfico dobladas en la acera
como helechos plateados
las luces que parpadeaban
las almas que parpadeaban
los ruidos que se perdían en un eco innombrable
todo tenía su sitio
de hecho nada podía ser fortuito ni injusto
y así acabé con el mundo
porque las piedras eran universales
el desamor
la mecánica cuántica
la amistad
lo eran
todo
fuera lo que fuera o no fuera absolutamente nada
y de ese día en el que todo saltó por los aires
simbólicamente––
sólo guardo una vieja tuerca
que encontré a mis pies y cuelgo de mi cuello
ahora
como si jugara el porvenir
su ironía
[ ]
el día que decidí acabar con el mundo
las estrellas caían del cielo como adoquines descerrajados
las estrellas llameantes que me recordaban el fuego en la mirada
de una mujer que una vez había conocido
y que no volvió a entrar en mi casa
por esos asuntos que el amor llena de cristales rotos
sobre los que debes caminar alguna vez
ese día
el día que decidí acabar con el mundo
no sabía si era el suelo lo que se agrietaba
o el mismo cielo
un cielo que era de alquitrán
con inquietos rostros de un color purpúreo
en su interior
hostigados como las flores sucias de una ciudad sucia por el tráfico
de una ciudad sucia donde las vidas no son más que una apuesta sucia
aunque yo había descubierto lugares corrientes
que podían convertirse en santuarios
por eso sobrevivía
por eso y porque estaba convencido de acabar con todo aquello
para levantar algo mejor
algo que no sabía lo que era
aunque ello no fuera lo más importante
ese día
estaba sentado en la calle sobre el alféizar de un portal
y decidí acabar con el mundo
todo tenía una sutil mezcla de encantamiento y de inmundicia
que me desconcertaba
pero yo estaba pendiente de un instante que
debía ser como un círculo
un brillante círculo que habría de absorber el aburrimiento
un verdugo vestido de bostezo
debo decir que yo respiraba intensamente
ese día
respiraba intensamente no haciendo ruido en la nariz
sino sintiendo el aire
y en ese mismo momento quería tanto a la lombriz
como al delincuente
al color sucio de la acera
a la transparencia de los seres que no hablan
de esos seres que miran y existen
y no necesitan nada más
y ese día que había decidido acabar con el mundo
como esos seres de los que hablo
pensé que yo tampoco quería desear ya nada
todo estaba bien cómo estaba
las señales de tráfico dobladas en la acera
como helechos plateados
las luces que parpadeaban
las almas que parpadeaban
los ruidos que se perdían en un eco innombrable
todo tenía su sitio
de hecho nada podía ser fortuito ni injusto
y así acabé con el mundo
porque las piedras eran universales
el desamor
la mecánica cuántica
la amistad
lo eran
todo
fuera lo que fuera o no fuera absolutamente nada
y de ese día en el que todo saltó por los aires
simbólicamente––
sólo guardo una vieja tuerca
que encontré a mis pies y cuelgo de mi cuello
ahora
como si jugara el porvenir
su ironía