cuentos de los días sumergibles


Descriptiva del preso

Está mirando al suelo. No sabe si está sólo en ese lugar o ha logrado que todos desaparezcan. Sobre la tierra piedras y cáscaras de frutos secos, tapones de botellas de cerveza, colillas; detritos de ciudad. No alcanza a ver nada más que esté vivo.
El cielo azul es rotundo, explícito, no hay nada más que claridad, fulge. Así no le interesa y lo deja encima como una celosía. Es el hogar de un difunto. Se siente insensible al movimiento de la tierra, piensa. Nada le importa lo suficiente como para hacer algo. No le incumbe.
Descansa con los codos sobre las rodillas y observa de nuevo el suelo. Mantiene la cabeza agachada lejos de la luz. Se está protegiendo: remanga la camiseta y se tiene encogido sobre el banco de madera. Está contenido. Es un preso. Lleva el porro a la boca y da otra bocanada. El humo sube por su derecha y se olvida.
Por su mente pasan los nombres de países y mujeres que alguna vez le poseyeron como sombras. Fantasmas, piensa. Negativos de una sola fotografía. El recluso se resigna. Estira los brazos y descubre su palidez. Fija la vista en sus botas.
Algo tibio resbala por sus dedos, gotea hasta el suelo. Es suave. La sangre es suave y desfila templada por sus brazos, se escurre en un cauce adherido a la piel, baja hasta las palmas de sus manos y alcanza el suelo precipitándose por las yemas de sus dedos, se le inundan las uñas, la sangre hace en el suelo una figura incomprensible. Le resulta agradable y cierra los ojos. Si cree que es la muerte, sonríe.

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