cuentos de los días sumergibles


Combate en el Mar Negro

la miel silvestre en los ojos de un animal salvaje
ella, la pantera, tiene la nariz afilada
la lengua entrenada
los labios elegantes, diestros
muerde cuando besa
ella es una trampa complaciente
me saca dos cabezas
la anfisbena que cuando ríe
suena como una bala
demasiada mujer para el enano
pretencioso y subversivo
que soy yo –decían
y yo que me lanzo a su pecho y escarbo
la pantera me agarra el trasero con sus uñas
me sujeta las piernas
me empuja hacia adentro
y gime
grita como una doncella rumana sorbida
por el monstruo
me ofrece su nuca
y yo que pellizco los Cárpatos
la giro como un torno
levanto esa mata de pelo oscuro
que cierro en el puño
adoro su cuello tatuado
y adelanto mi tristeza, espoleo la ruindad
el amor, el éxtasis
en esa cama sólo existe la generosidad
y nos vaciamos
incluso reímos
me toma de la mano, ya dócil
balbuce algo que no entiendo
y me roza, muerde, me manosea
busca otra vez mi sexo
se enfada cuando juego con su boca
y la pantera salta sobre mí
retoza
se recoge el pelo
respira intensa
y exhala un quejido último
un rayo
por la ventana entra la luz
de los letreros luminosos
y dormimos en un lugar tranquilo.

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