cuentos de los días sumergibles


Mil veces adiós

Nunca volví a ser el mismo y Lubidilia siguió alzándose por los aires. Siempre estaba estupenda, alcanzaba las luces más altas y podías verla levitando por las calles extrañas. En cambio yo rememoraba las cenizas, las removía con un palo y exigía que me dejaran sólo. Nunca supe bien por qué hacía las cosas en las que tomaba partido. Como si fuese un fantasma el que tomara un café con los amigos, fuera al mercado o buscara compañía un domingo, no era yo el que vivía mi vida sino otro que me tenía a mí encerrado en una habitación recordando a Lubidilia y él, ese fantasma, hacía mi vida sin pedirme opinión. Así fue formándose en mí el don del desdoblamiento y con el tiempo aprendí a vivir en un mundo real y otro hipotético donde Lubidilia no se había marchado nunca de mi lado. Me convertí en un ser doble con un rastro de trescientas sombras.

Roberto Gaos

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