cuentos de los días sumergibles


Descriptiva del paria

Erwin Olaf


Se levanta de la cama y ni siquiera se pregunta para qué. Hace tiempo que ha dejado las preguntas, no le llevan a ninguna parte. Sabe que no va a hacer nada, que no puede hacer nada, que no van a dejarle. Es el excluido, el repudiado, el prescindido, el paria, el ajado, el pretérito. Sabe que ha sido desterrado y que ahora es cada vez más silencioso. La gente trata con cautela a los mudos, se dice, porque son siempre sospechosos. Él sabe que su nombre ha sido borrado de muchas libretas, que ha perdido espacio en tantos cajones, agendas, bolsillos, y advierte que su presencia se está corroyendo. Anda como un espectro. Su garganta se está cerrando, los huesos de su cuerpo son cada vez más evidentes y los pulmones se le están ennegreciendo a pasos veloces. Cuando olviden tu nombre te habrás esfumado por completo. Sabe que cada vez le pronuncian menos y que cada voz que se pierde es otro puñado de tierra contra la cara. Quiero morir convirtiéndome en polvo, exclama, como si la dureza le favoreciera. Pero se pasa el día caminando para mantener viva su sed de aventura. Recorre la ciudad soñando que recorre un cuerpo. Toma las intersecciones como si de extremidades se trataran. Rodea las plazas. Pasa con sigilo por los callejones, acariciando las paredes. Se coloca debajo de las sábanas recién tendidas para que le caigan gotas de agua. Y entra en los parques con una sonrisa satisfecha, acostándose entre los arbustos y las piedras como si fuera un vientre. Entonces cierra los ojos y sueña con la geometría.

[ ]

Invocación

Elina Brotherus

Fotografía de Elina Brotherus.

[ ]

Tierra

Stephen Shore

Cuanto más te alejas más fácil es alejarte.
Julio Medem

[ ]

El exceso

Floris Andrea


Era la una de la madrugada cuando me llamaron al teléfono. Fijé el sitio y la hora de la cita, y colgué desvistiéndome hacia la ducha. No había mucho tiempo.
El olor a frutas era intenso, puse el agua caliente y me froté con esmero. Lo canté todo y me cepillé los dientes. Después abrí el agua fría, saqué una toalla, la espuma de afeitar e hice una lista extensa de notas y de maldiciones en mi cara. Fuera del vapor que me envolvía sólo existía la música y se estaba realmente bien, pero tenía que salir, al fin y al cabo hay otras cosas aparte de uno mismo, así que abrí el ropero y me puse mi mejor traje. Preparé las llaves, el papel, el tabaco y me abroché las botas. Dejé en el living un regusto a albaricoque y a prisa, y bajé las escaleras, de dos, de tres, salté al rellano y caminé despacio, como aquel que se ha dejado el reloj en la mesita de noche y cree que el tiempo se quedará detenido junto a la lámpara, encima de algún libro apunto de ser terminado.
No había cruzado la acera cuando me encontré a unos viejos conocidos. Nos dimos la mano, nos obsequiamos con varios entusiasmos, risas, segundo apretón de manos y nos prometimos unas cervezas. Cuando me alejaba saqué el teléfono del bolsillo de la chaqueta y advertí de mi retraso. Ya mismo estoy allí, dije. Como un sereno optimista.
Saqué las llaves del coche y me metí dentro, sacando, lo primero, una cinta al azar de la guantera. Viejos cassettes que recuerdan a otra época, una que no ha sucedido en el espacio, muy amplio por cierto, de mi coche. Sonó Adam and the Ants. “A new royal family, a wild nobility, we are the family”. No sé por qué me puse a reír, tal vez porque aquel tema me resultaba divertido o porque el coche no arrancaba, pero me lié un cigarrillo y me puse a cantar. “No method in our madness ––y rugí––, just pride about our manner ––y aullé–– . Y en estas que volví a darle al contacto y el coche arrancó y me puse a reír aun más y abrí la ventanilla para ver bien las persianas bajadas, la luz naranja de las farolas y las niñas borrachas que se aplomaban en las aceras.
Bajé por la carretera y paré en una gasolinera. Cuando subía el freno recibí otra llamada. Ya asomaba la impaciencia, así que prometí doblar el límite del cuentakilómetros si era necesario. Fui a la ventanilla y le pedí al dependiente diez euros de súper. Esperé a que sacara lo que había pedido y él esperaba a que le pagase y estuvimos en un corto silencio mirándonos como dos duelistas. Entonces me acordé de estar en una gasolinera y no en la panadería, así que le di el billete y esperé el cambio aunque no hubiera ninguno que dar. El tipo se estaba poniendo nervioso. Bonito mono naranja, le dije, y le deseé buenas noches. Y otra vez. Bajé el freno, puse una cinta de los Echo, y me las ingenié para arrancar.
Era como viajar en un velero por el mar de las sedas. Yo cantaba y buscaba el desvío hacia la autovía. Empezaba a hacer calor y era agradable el fresco que entraba de afuera. Entonces pasaba por el último cruce hacia la salida cuando un imbécil aceleró en la perpendicular y me embistió por un lado. Se torció la inercia y mi coche acabó empotrado contra el muro de una fábrica. Miré el aspecto del coche y era deplorable. Yo le tenía cariño, aunque fuera viejo y le costara arrancar. Era una pena, pero era así. Y adiós a la noche. Ni siquiera se me ocurrió llamar para excusarme. Sólo pensaba en acabar con el papeleo para irme a tomar un bourbon al pub que hay dos calles más arriba de mi casa.
Cuando llegué me sorprendió que no cobraran entrada siendo festivo, al menos eso tenía entendido, pero lo comprendí visto el servicio de barra, mujeres tan hermosas como estúpidas, que por más que las llamara ninguna venía a preguntarme qué iba a ser. Como estaba seco aproveché el despiste de un tipo para robarle el combinado que acababa de pedir, aunque se lo devolví con el mismo sigilo dado que no sabía a nada. Me encendí un cigarrillo y miré a la gente como si todo lo que allí había no fuera conmigo.
De entre todos distinguí a una chica que me resultó diferente a todas. En realidad solamente me pareció sexy y yo soñé con ella en una pelea de sábanas, pero después se acercó a mí y me demostró que tenía algo más. Era bajita, llevaba el pelo recogido en una sencilla coleta rubia y tenía una insólita mirada de distancia en los ojos. Por eso mismo me pareció erótica, pues esas miradas de desdén y de frialdad son hipnóticas. Se arrimó a mi oído y me preguntó por qué estaba allí solo. Se llamaba Libia. Yo le ofrecí un pitillo que no rechazó y le conté que acababa de salir de un peligroso accidente en el que casi pierdo la vida si no fuera por mi extraordinaria agilidad y determinación. Di otra calada y apoyé los codos sobre la barra, como un elegante macho. Libia rió. Le había resultado divertido. Te comprendo ––me dijo––, a mi me ocurrió una vez lo mismo. Y sólo con eso ya seguimos conversando hasta que cerró el local, y aun después de cerrar seguimos hablando y paseamos por las calles, y nos reímos, nos besamos y nos tocamos, y aunque ella parecía muy dispuesta e incluso parecía excitada, estaba fría, y aun a pesar de sus gestos de perversión y de sensualidad en la boca, lo dejé estar, pues cuando alguien verdaderamente está estimulado, abrasa. Solamente me he dado cuenta de todo cuando al llegar a casa esta tarde, he visto en mi puerta una corona de flores.
R.G.

[ ]

La pasión

Jan Saudek
Maravillosa, la pasión llamada amor. Si no hay celos, hastío. Si hay celos, infierno bestial.
Albert Cohen

[ ]

Recordatorios

Erwin Olaf
Tengo que acordarme:
De seducir a una araña antes de desayunar. Para abrir el apetito.
De mantener la paciencia en el trabajo sólo para mi tranquilidad. Ya sé que se merecen mis impertinencias.
De pagar el carajillo del jueves. Voy a sanear mis deudas, esta vez sí.
De saludar distinguidamente a la chica que me ve fumando cada día en el patio, al lado de la mampara. Siempre le hago juegos y muecas para que se ría y me parece haber dicho que renunciaba a mi profesión de bufón, pero es que ríe tan bien.
De no extrañarme cuando pronuncien mi nombre. Siempre miro hacia arriba. No sé por qué.
De comprar cordones. Es una erre.
De que E=mc2.
De apuntar la posibilidad de que todo esto sea una comedia y que todo el mundo lleve máscara y unas mallas coloradas.
De no hablar en voz alta cuando espero los semáforos.
De no desabrochar los botones de los demás.

[ ]

Plaça Comercial

Bettina Rheims


No todas las mujeres son conscientes
de su supremacía como especie.
Algunas, con asombro de las más,
desean ocupar primeras filas.
Y hacer más evidente lo que es obvio.

Si interpretan de veras la querencia
de su especie en cambiar de esta manera
la estrategia seguida muchos siglos,
también lo lograrán, mientras permitan
que el hombre esté con, junto y dentro de ellas.

Porque él es, de raíz un ser muy débil
con total dependencia de la mujer.
Tanto más cuanto menos ella lo use.
Y se rompre, cual tierra si la lluvia
escasea o le falta un largo tiempo.

Se automarginará, si ella lo quiere.
Su obsesión no es poder, dinero o fama.
Estos son sólo medios que él estima
necesarios al fin de obtener hembras.
Lo único que en verdad le importa es sexo.
J.M. Fonollosa

Es así, sin más, brutal y encantador. Ellas, las malditas, son las poseedoras. Algunas lo saben y otras no. Y algunas juegan y otras no. Y todas miran con esa mezcla de amenaza y de indulgencia. Y qué hermosas son, las malditas. Pero qué hermosas. Qué demencia es desearlas.

[ ]

Seduciendo a la araña

de Ruven Afanador
He sido equilibrista, cardiólogo, seductor de arañas, abogado, ilusionista, jardinero, bufón, electricista, estafador, cartógrafo, comediante, carpintero, saboteador, faquir, funambulista, domador, contable e ingeniero de aeronáutica, pero desde ahora pienso clavar aquí mis apuntes y descansar un poco de todo, dejar mis notas, poner fragmentos, espinas y alguna que otra maldición, variedades al fin y al cabo, casi todas las bitácoras contienen lo mismo.
Yo escribo variedades porque sí, porque me gusta, a veces porque tengo cosas que contar y otras porque me gusta contármelas. En cualquier caso estás invitada/o a comentar lo que te de le gana. Y si fuera que quieres cualquier otra cosa, un enlace, una emboscada, una faringe nueva o buscas un administrador para tus bienes, sean los que sean, puedes escribirme (ahora mismo en este ·).
Por lo demás, veremos cómo se cierran los días.

[ ]

XML