Danza macabra
27 septiembre 2005
Podría estrellarme en la autopista y podría ser asaltado con cuchillos. Podría también caer por la escalera o acabar con los pulmones deshechos. Podrían contagiarme cualquier cosa y podría perecer en un incendio. Podría, tal vez, desarrollar un tumor o un idiota armado podría confundirme con otro. Podría demolerme una hepatitis o resbalar en la bañera. Podría complicarse una nefritis, una úlcera, la septicemia. Podría liquidarme una neumonía. Podría quizá demostrar tendencias suicidas o devorarme un cáncer. Podría pararse mi corazón por exceso. Podría reventarme una cirrosis o ahogarme en las playas. Podría ser atropellado al salir del supermercado o de una biblioteca. Podría entregarme a la heroína. Podría ser que pagara yo el mal día del anestesista. Podría arrodillarme la tuberculosis o babear sobre mis piernas por un golpe en la cabeza.
El azar no toma consideraciones. La carta siguiente puede ser siempre la última que juegas.
Entonces dicen mañana, pero eso no existe.
Todo puede devenir la última vez o venir como la primera. No nos cruzan leyes perceptibles. No hay principios invulnerables. A cada minuto el mundo se convierte en otro. Vivimos en un enigma.
¿Creéis acaso que vuestras decisiones pueden cambiar el estado de cosas, pueden marcar una evolución, siquiera la propia? Las suertes están echadas. Nuestras elecciones no son más que una opción menos. No hay caminos equivocados ni correctos. No podemos incidir en el porvenir. Somos demasiado pequeños, ridículos, para la enorme música de la naturaleza.
Escribió Yeats que todos los hombres bailaban conducidos al bárbaro clamor de un gong. Somos arrastrados por un ritmo salvaje, un compás atroz e irracional, por una palpitación superior, universal.
Pero existe otra música, una melodía oscura y furiosa que desgarra los intestinos con sus pinzadas de reloj, una música interna, individual. Y ese gong es el contrapunto. La habilidad de sostener las dos melodías en un mismo plano; el equilibrio, lo que en música se llama la armonía.
Por eso aunque me revienten las venas, aunque me frecuenten los gusanos, aunque me asome a la locura, a la perversidad o al castigo. A pesar del triunfo y del fracaso, obviando ser querido o repudiado, bailaré a placer hasta que algo más que humano me detenga.
No tengo dirección ni trayecto ni me interesa. No sé dónde estaré mañana, qué pensaré después, ni siquiera si podré despertar.
No voy a dejar este baile por relativo que sea. Es más, me divierte.
Viciosa ruleta.
[ ]
El azar no toma consideraciones. La carta siguiente puede ser siempre la última que juegas.
Entonces dicen mañana, pero eso no existe.
Todo puede devenir la última vez o venir como la primera. No nos cruzan leyes perceptibles. No hay principios invulnerables. A cada minuto el mundo se convierte en otro. Vivimos en un enigma.
¿Creéis acaso que vuestras decisiones pueden cambiar el estado de cosas, pueden marcar una evolución, siquiera la propia? Las suertes están echadas. Nuestras elecciones no son más que una opción menos. No hay caminos equivocados ni correctos. No podemos incidir en el porvenir. Somos demasiado pequeños, ridículos, para la enorme música de la naturaleza.
Escribió Yeats que todos los hombres bailaban conducidos al bárbaro clamor de un gong. Somos arrastrados por un ritmo salvaje, un compás atroz e irracional, por una palpitación superior, universal.
Pero existe otra música, una melodía oscura y furiosa que desgarra los intestinos con sus pinzadas de reloj, una música interna, individual. Y ese gong es el contrapunto. La habilidad de sostener las dos melodías en un mismo plano; el equilibrio, lo que en música se llama la armonía.
Por eso aunque me revienten las venas, aunque me frecuenten los gusanos, aunque me asome a la locura, a la perversidad o al castigo. A pesar del triunfo y del fracaso, obviando ser querido o repudiado, bailaré a placer hasta que algo más que humano me detenga.
No tengo dirección ni trayecto ni me interesa. No sé dónde estaré mañana, qué pensaré después, ni siquiera si podré despertar.
No voy a dejar este baile por relativo que sea. Es más, me divierte.
Viciosa ruleta.
Horror Vacui
25 septiembre 2005
No hay un espacio para mí, la ciudad me rechaza. No tengo lugar siquiera en el desprecio de los otros.
En mí no hay amor ni crimen posible. No hay reacciones.
Los cuerpos me sortean como si fuera un obstáculo.
Estoy deshabitado. No hay voces ni perfiles.
Respirar es capital pues nada más me hace recordar que estoy vivo. Escuchar mis pulmones hinchándose en el vacío, toser, es todo cuanto puedo obtener de la realidad.
Lo demás es muerte y languidez. Un silencio colmado de espectros.
Los días socavan mi resistencia, la soledad se engrandece y se vuelve más y más fuerte. Mi sensibilidad se esfuma entonces lentamente. Comienzan a huirme la piedad y el afecto. De mí se evaporan la compasión y la afinidad. Estoy perdiendo mi humanidad. Ya no hay tactos ni hogares en mis gestos.
No hay manos que quieran acompañarme. No hay pasos que vayan a seguirme.
Aversión, curiosidad, diferencia, no despierto otros sentimientos entre aquellos que se rozan conmigo.
Vacuidad, silencio, destierro.
Lo mismo podría estar muerto.
Aburrimiento y paranoia, noto cómo enloquezco conforme pasa el tiempo, nutrido sólo con mis pensamientos.
Soy un proscrito, caminante lúcido e invisible. Estoy vivo aunque no podáis verme. Existo aunque no podáis escucharme. Siento aunque no sepáis nada de mí.
Pero de qué sirve recordar la gloria. No puedo enseñaros mis conquistas. No me dicen ya nada.
Lo mismo me entrego a la delincuencia.
Lo mismo preparo mi suicido.
Quizá te regale flores antes, seas quien seas.
Sólo tengo sueños. ¿Hasta cuándo puede uno vivir exclusivamente de ellos?
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En mí no hay amor ni crimen posible. No hay reacciones.
Los cuerpos me sortean como si fuera un obstáculo.
Estoy deshabitado. No hay voces ni perfiles.
Respirar es capital pues nada más me hace recordar que estoy vivo. Escuchar mis pulmones hinchándose en el vacío, toser, es todo cuanto puedo obtener de la realidad.
Lo demás es muerte y languidez. Un silencio colmado de espectros.
Los días socavan mi resistencia, la soledad se engrandece y se vuelve más y más fuerte. Mi sensibilidad se esfuma entonces lentamente. Comienzan a huirme la piedad y el afecto. De mí se evaporan la compasión y la afinidad. Estoy perdiendo mi humanidad. Ya no hay tactos ni hogares en mis gestos.
No hay manos que quieran acompañarme. No hay pasos que vayan a seguirme.
Aversión, curiosidad, diferencia, no despierto otros sentimientos entre aquellos que se rozan conmigo.
Vacuidad, silencio, destierro.
Lo mismo podría estar muerto.
Aburrimiento y paranoia, noto cómo enloquezco conforme pasa el tiempo, nutrido sólo con mis pensamientos.
Soy un proscrito, caminante lúcido e invisible. Estoy vivo aunque no podáis verme. Existo aunque no podáis escucharme. Siento aunque no sepáis nada de mí.
Pero de qué sirve recordar la gloria. No puedo enseñaros mis conquistas. No me dicen ya nada.
Lo mismo me entrego a la delincuencia.
Lo mismo preparo mi suicido.
Quizá te regale flores antes, seas quien seas.
Sólo tengo sueños. ¿Hasta cuándo puede uno vivir exclusivamente de ellos?
El festival
23 septiembre 2005Retrocederemos a otra época.
Vayan sentándose en sus localidades, la función empezará en breve.
Tras un momento, comienzan a desvanecerse las luces. Es la muerte de las luciérnagas. A vuestra derecha unas toses, murmullos y, finalmente, silencio.
La oscuridad.
Súbitamente estallan unas trompetas sonando por encima de todos, chirriando sobre las cabezas como un coche patina sobre el asfalto. Pronto vuestra respiración comienza a helarse. Ya se escuchan resuellos y el trémulo aliento de la expectación. Y entonces, se hacen las luces.
Tambores, bombos, panderetas, clarinetes. Triángulos y platillos vibrando en la blancura. Se acerca el trombón. La luz es sofocante. El suelo palpita con los compases violentos y desordenados. Un oboe pasea su comparsa fúnebre y como un cuerpo muerto caen otra vez timbales, gongos, xilófonos y un estruendo abismal del que nace un sonido agudo alzándose hasta lo imposible. Casi parece un cortaplumas abriendo las cajas torácicas del público. Cuando el sonido es ya inaguantable, unos platillos cortan el espacio, la luz pierde su fuerza y los cuerpos respiran tranquilos. Se acabó.
Ahora cornetas, tubas, trompas y trompetas abren un nuevo acto.
Aparece el payaso con su modesta nariz esférica y roja. Lleva una levita oscura. Está pálido, pero ni mucho menos del color de una hoja. Con esos pantalones azules parece un soldado y se agarra satisfecho los tirantes. Sonríe. Es espléndido. Hace un gesto que demuestra su modestia aunque sigue echándose para atrás con las manos en su pecho. Parece creerse Napoleón. Ahora saluda con una mano, deja caer los brazos y repite un seguido de reverencias. Se incorpora y comienza a gritar. El pobre diablo se tira al suelo y se retuerce como un animal acuchillado. Escupe sangre, vomita. El payaso agoniza sobre su escenario.
Un momento después, se levanta con dificultad de su charco y una vez en pie, salta a girar sobre sí mismo. A la vez va abriéndose en círculos más grandes por todo el escenario. Mueve los brazos fingiendo ser un colibrí, sin embargo aúlla como un cuervo. El cuervo es un animal solitario que nunca forma grupos, dicen unas letras en el fondo superior.
Entonces se detiene. Estalla en un pataleo ridículo, saca la lengua y vuelve a paralizarse. Gira la cabeza mirando como un mimo. ¡Ah!, dice con el dedo en alto. Una serpenteada, tirabuzón y brinca empujando las rodillas hacia los lados. ¡Ta chán! Soy un mono, gruño, os ladro.
Se detiene. Mira hacia todas partes; mierda, no tengo credibilidad, yo era un primate. El payaso revienta entonces en una carcajada maldita. Ríe sin parar y de golpe se mete el brazo furiosamente en la boca y arranca su garganta que palpita en el puño alzado bien alto para que todos puedan admirarla, supura, y por el brazo del payaso resbalan sangre y gelatinas.
Un redoble de tambores le asusta y lanza al suelo esa masa pegajosa.
Mira atrás y se lleva las manos al cuello. Gira desorientado. Sacude todo su cuerpo. Se golpea la cabeza con los puños. Luego se agarra el cráneo y se lanza al suelo. Abre la boca. Ese divertido payaso intenta gritar sin acordarse de que se ha despedazado para la comedia. Entonces, se levanta del suelo.
Va hacia un extremo y vuelve al centro del escenario con un violín. Le saca el polvo con la levita. Sopla sobre el instrumento y saca un arco del bolsillo. Hace sonar su violín. Toca como un expatriado gitano y tras unos acordes deja de tocar para retener en sus ojos unas lágrimas a punto de rebosarle. Acabado el trabajo, se sienta en el suelo y mastica el instrumento hasta reventarse las encías.
El payaso vuelve a ponerse en pie, lanza los restos del violín y andando como un pingüino vuelve al extremo del escenario de donde sale con una pala y camina hasta el lugar donde aún late su garganta.
Se detiene ante ella, prueba a agacharse sin flexionar las rodillas y crack, todas sus vértebras chasquean. Se lleva las manos a la espalda y se frota. Mira al público y sacude una mano para representar el dolor. Sopla. Infla los mofletes. Pero, ¡oh!, exclama tapándose la boca; una idea. Saca un cigarrillo y lo enciende. Se deleita fumando. Mientras tanto se mira las uñas, las muerde, se rasca la cabeza, el trasero, los hombros, hace ejercicios con el cuello. Tras unos estiramientos, se pone a cantar. Después lanza la colilla. Ahora ya puede agacharse y comenzar a cavar. Recoge esa pasta de cartílagos y la planta.
Como resultado, a los minutos brota una nueva voz, más justa, firme y sosegada, pero el payaso, tal y como la toma entre las manos se atraviesa con ella, y así ríe a carcajadas cuando hace sonar con el estómago una o grave y sombría que al poco se cierra severamente como una trampa, cortando de cuajo todo aquello por donde pasa.
Luego, exhausto, se deja caer sobre las rodillas y en silencio, lo contempla todo con nostalgia. Cierra los ojos y se echa a dormir. Un fagot, ese celador, acompaña sus sueños.
Pero, ¡sorpresa! Súbitamente vuelve a abrirlos y se levanta haciendo una pirueta.
Estalla un gong final y saluda al público. Hace exaltadas reverencias y se coge de la cabeza un sombrero que no lleva puesto. Entonces sonríe y cuando cae el telón se marcha cabizbajo. Es un hombre abatido, pues todavía sigue sin distinguir el terror de la alegría.
[There Was A Man Of Double Deed]
There was a man of double deed
Who sowed his garden full of seed
When the seed began to grow
'Twas like a garden full of snow
When the snow began to melt
'Twas like a ship without a bell
When the ship began to sail
'Twas like a bird without a tail
When the bird began to fly
'Twas like an eagle on the sky
When the sky began to roar
'Twas like a lion at my door
When the door began to crack
'Twas like a stick across my back
When my back began to smart
'Twas like a penknife in my heart
When my heart began to bleed
'Twas death, and death, and death indeed.
Simon Huw Jones
La porta
13 septiembre 2005Ja està.
Aquest és el final.
N’estic fart de les teves bestiesses
del teu terror
i les teves declaracions
presuntuoses.
He col•locat un forat
per veure com t’esvaeixes.
Vull acomiadar les teves espines
i dibuixar una foscor
més tranquila.
Suposo que ho comprens.
Ets intel•ligent
i tens una sensibilitat d’espurna,
massa neta i prima
per aquests temps.
El teu sentit de l’humor
n’es la proba;
et quedes descobert
nu com l’os del prèssec
vulnerable i tant insolent
que fins i tot els morts
ploren de riure.
Sí, tu ets un fals poema,
sublim i inaccesible.
Haig d’acabar amb tu;
de la teva sintaxi
fins a les ungles.
Haig d’esborrar els teus sorolls.
Així ha de ser.
Necessito aquest cos
per a mi sol.
Com podré, si no,
ocupar el dels altres.
Fieras y peldaños
03 septiembre 2005Estoy cansado. Como el negro Virgilio, voy a dejar de tener opinión sobre cualquier cosa. Estoy decidido a acabar con el embrutecimiento de mi persona. Me quedo con mi ombligo y con los paraísos. Lo demás me importa una mierda.