cuentos de los días sumergibles



Lucien Clergue




En otra ocasión, nuestro amigo Hans fue abordado por una linda jovencita en la misma orilla de la playa, y éste, que se hallaba superado por la extraña paz que le invadía y además le conquistaba, y fascinado con aquel sabor a salitre del aire que tanto le amansaba, sonrió a la muchacha con una gentileza poco común en él, pues no había advertido que se le acercaba aquella criatura que ahora tenía delante con los pechos al aire y la boca humedecida como un helado de fresas y de serpientes. Y tras aquel desconcierto la observó llanamente, y entonces fue pensar en ella como algo hermoso y sexual que las palpitaciones le ascendieron a números imposibles, como si en su interior una bandada de pájaros se hubiera disparado hacia el horizonte rojo al escuchar un gatillo, y de hecho, el pájaro de Hans señalaba ahora hacia las alturas, así que aquel estado de ascetismo libidinoso fue el origen de otro de los profusos multiataques de personalidades que Hans iría a sufrir en el futuro.
––¿Tienes fuego? ––le había preguntado la chica. Hans volvió a sonreír.
––Sí ––dijo––, aquí no, quiero decir que tengo pero allí, aunque si te esperas y…
––Te echo un polvo aquí mismo antes de nada… dile eso, Hans, dispara –– interfirió la Personalidad nº 2.
Pero nuestro joven héroe, que poco a poco iba aprendiendo a dominar a sus demonios, hizo callar a la segunda infame:
––Te castraré si vuelves a abrir la boca, malnacido ––le advirtió, y mirando a la muchacha que le esperaba, dijo: ––acompáñame si quieres, ahora me iba a encender yo también un cigarrillo.
Ella sonrió, le hizo un gesto de aprobación y ambos avanzaron unos pasos hasta la hamaca que Hans había alquilado.
––Siéntate ––le dijo después de haberse sentado él mismo. Cuando ella hizo lo propio, Hans le encendió su pitillo y el que él sostenía entre los labios, mirando al vacío.
La arena estaba tan caliente que cocía las plantas de los pies y hacía hervir las toallas y las botellas de refrescos, y era tal aquel calor en la arena que todos tintineaban sobre ella como bufones cuando echaban a andar, como también habían tintineado ellos dos, y a Hans le dio risa pensar en eso y miró a su alrededor, fijándose en toda la panda de bañistas, chulos, jubilados, mujeres en top less y turistas que parecían liebres brincando sobre la arena para no quemarse.
––Me llamo Hans ––le dijo volviendo en sí.
––Yo soy Inna.
––Yo soy tu amo, gatita ––susurró la nº 2.
Hans perdió la entereza de momentos antes y suplicó:
––Sólo quiero conversar. Déjanos un tiempo a solas y después te aviso, por favor.
––¿Y cabalgarla tú sólo, maldito? ––dijo la nº 2. ––Te la quieres coger sin compartir nada. Eso no se le hace a los hermanos.
––Por las buenas o por las malas, tú eliges ––replicó Hans––, son todas tus opciones.
––Hans, Inna está esperándonos. Deja a este mono y relátale algo. Ella va a derretirse de un momento a otro ––apremió la Personalidad nº 1.
––¿Qué hace este idiota aquí?
––No empecéis ––les llamó Hans––. Juro que al próximo que se exceda lo entierro vivo. ¿Entendido?
Se hizo un silencio y la nº 1 susurró:
––¿Hans?
––¡Qué!
––La chica; se está aburriendo.
Nuestro simpático amigo miró a Inna y sin saber por qué se abalanzó hasta su mejilla y la besó como un relámpago.
––¿Y esto? ––preguntó ella con sorpresa.
La Personalidad nº 1 reía a carcajadas.
––¡Sí! ¡Sí! ¡Bravo! ¡Ahora agárrale las piernas y sepáraselas, viejo zorro! ––gritaba jubiloso al tiempo que seguía riendo sin parar.
Hans estaba confuso.
––No lo sé ––se excusó. ––Me apeteció besarte.
––¿Y haces siempre todo lo que te apetece?
––Siempre que puedo.
Inna sonrió y bajó la mirada con coquetería.
––¡Magréala, cretino! ––gritó de improviso la nº 2. ––¡Toquetéala! ¡Hurga! ¡Por todos los diablos, restriégate por ese cuerpo!
––Deberías besarla ––añadió la nº 1––, es una buena chica.
Hans se encontraba ya irritado por las voces.
––¡Silencio, perros! ––les increpó. Entonces se volvió hacia Inna y buscó su boca, pero Inna ya se había girado hacia él y toparon con los dientes, estallando al momento las lenguas como armas de fuego para abrirse las cavidades, y mezclaron sus jugos, sus calores, sus entretenimientos de caza, girando las bocas en un vaivén de fluídos que se posaban sobre las comisuras, y las manos de cada uno iniciaron recorridos idénticos, derramándose de las rodillas hasta la nuca, para agarrarse en aquellos pequeños centros donde el cuerpo temblaba.
Luego Hans fue siguiendo por el cuello de Inna y sacó la lengua a la altura del lóbulo, y había sabor a sal y a arena y a aceite para el bronceado y a hierbas y a perfume, y siguió apretando sus manos sin importarle por donde pasaban, succionando con sus labios cada poro de Inna para retorcerlo hasta el éxtasis, escondido bajo el pelo mojado y fresco de ella que goteaba sobre los hombros de Hans y aliviaba su calor, y así él seguía lamiendo con dedicación la carne de Inna hasta que está profirió un gemido fino y afilado y se sacudió como un pez, apartándose de Hans.
––¿A qué te dedicas Hans? ––le preguntó mientras se recogía el pelo.
––Antes nos tocaban las pelotas, después nos las tocamos nosotros y ahora me las estás tocando tú, mala yegua ––dijo la nº 2.
La Personalidad nº 3, que parecía haber estado dormitando con la boca abierta, se acercó y empezó a reír en extraños tropiezos.
––¿Y este idiota de qué se ríe? ––inquirió la nº 1.
––Qué día tan divertido. Me siento como una cometa.
––¡Callaos! ––gritó Hans cansado de ser siempre un león con sus píldoras. ––Necesito concentración.
Se acercó a la espalda de Inna y comenzó a masajearla.
––Trabajo de domador ––le dijo.

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en respuesta a todos, amigos, lo diré otra vez más: no he vuelto,
no me he ido, no estoy en ninguna parte pero mi centro está lleno de cuerpos girantes
obvio
de buenas personas, buenos vinos, grandes correrías
deseos como perros aullando por calles que durante un instante fueron mías
y siempre he sido espectador y un demonio afinado.
he escuchado, he delirado, he contemplado,
he concurrido ciudades, cuerpos, banquetes, museos, dormitorios,
he apostado a los caballos
he deseado a muchas mujeres, a muchas clases distintas de repostería, a muchos combinados con jugo natural
y no siempre tuve lo que quise
aunque hoy en día todo tenga precio.
me han querido y me han temido
han sentido ganas de cuidarme como a un chico
y de darme un estacazo,
y como en todos los lugares fui tan tonto como astuto.
me dejé seducir por los letreros luminosos
por la música, los restauran, las bellas mujeres
y como lanzado por unos canales de velocidad y de luz conocí a los mayas, los humahuacas, las hadas mágicas y los dinosaurios.

no es aquí ni allá ni detrás de nada, entonces, son los vasos sanguíneos,
los raudos delirios
el orden de las cosas.
es una insurrección; tomar las armas, los pinceles, las bocas,
las armas propias.
es vivir y saber cuándo retirarse.
todo es una comedia. mirad entonces qué lindos escenarios pueden hacerse, amigos, lo que puede extraerse del metal, del amor, de la historia, del pánico, de la mugre, del encantamiento…
serpientes de oro
dioses paganos
lechos de plumas
cañones.
no estaré entonces en ninguna parte porque vivo en una línea divisora. yo no escogí lado: me quedé con ambos
aunque digan que no es posible
(y no me refiero a ser tan terco)
repartí cascabeles para saber siempre regresar a mi principio
y tengo pequeños puertos donde atracar el barco cuando me persigan las alucinaciones.
yo no colonizo como mis ancestros: esparzo simientes, me llevo grandes rarezas. yo no estudio las alineaciones, las cometo.
ahora otros rostros, otras infamias, van a circularme.

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Parasoles

hoy vi despegar un avión desde la terraza
y creí que ese avión era yo.
después salió a su balcón un flaco
y recogió una toalla azul del tendedero
que se colocó de capa
y al entrar a su casa de nuevo
se golpeó fuertemente en la cabeza contra la persiana
y aquella toalla azul cayó al suelo
como muerta
y yo me reí
de la muerte
y el tipo me miró agresivo
con su orgullo en los tobillos
deseando mi muerte
él pensaba que me mofaba-
y las plantas se morían abrasadas
en nuestras ventanas
es un verano duro-
y la luz del sol iba muriendo
detrás de los edificios
como un guerrero herido
y las demás persianas del vecindario
morían desatándose en un crujido
y había tanta muerte
en todo
y era un lindo día azul

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matarse o vivir como un muerto
quemarse
pillarse los dedos
tragarse
hacerse trampas
engañarse
revelarse los vacíos
cuidarse el vocabulario
deshollar jardines
pintar sepulturas
hurdir fracasos
y hacerlos pequeñas ganancias
con las que pagar el alquiler
de este cuerpo

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En la Boca

Pasa el tiempo y tus ausencias
tus silencios
tus impudicias
la decepción que brota como una gelatina
de la gente que frecuentas,
te abruma
te incrementa.

Esa soledad te levanta del suelo
de los hombres.
Adoras tu divinidad
sucia y necesaria,
tus creaciones solitarias,
tus paseos sin rumbo.

Estás enamorado del ser henchido y duro
que llevas dentro
como una victoria,
protegido,
tu ser de diamantes y hojas verdes,
lejos de la tierra
de la ciudad
de las congregaciones
ajeno a los impuestos
y a las reuniones.

No cruzas una sola palabra
con nadie.
Tu voz es demasiado potente
voluptuosa
atemporal.
No deben escucharla.

Sin embargo, después cambia
el orden de las cosas;
concurres lujos, mujeres, auditorios,
fiestas, tertulias.
Acudes a los conciertos
almuerzas acompañado
comienzas a creer en la mirada
de los que te rodean.
Ellas te admiran
te seducen,
a ellos les gustas
cuentan contigo.
Hay amor, fraternidad,
vía libre para existir.

Entonces,
cómo volver a esa pieza oscura
y abominable
si de todos es bien sabida
la dificultad de suprimir voluntariamente
los buenos recuerdos.

Cómo no quemarse en el infierno
del que vuelve a estar vacío.

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Tus ojos me han preguntado
qué quiero de ti.
Bien, quiero tu desnudez,
Quiero tus uñas, las cuerdas vocales,
tus dientes.
Todo lo que quiero son tus rodillas
tu vagina,
tu garganta.
Quiero besarte la nuca,
la placenta, las orejas.
Quiero enterrarme contigo
esta noche
correr tu pelo entre mis dedos.
Olerte.
Quiero moverte las caderas,
aprender tus recodos,
oírte gemir.
Quiero verte encender un cigarrillo
oírte marchar a la cocina
tenerte caliente bajo las sábanas
de vuelta.
Quiero tu boca ardiendo
los pies descalzos
la ropa interior echada
bajo la cama.
Quiero que me eches
y me atraigas
que sonrías y enfurezcas
que grites, susurres,
muerdas.
Que me desafíes y me acarícies,
que me expulses y me tragues
que te sacies
y no te acabes.
Quiero tus jugos, tus vacíos,
tus esperas, tus tormentas.
Quiero tu brusquedad
tu sutileza.
Quiero tus cuchillos,
tu terciopelo
tu lengua.
Quiero lamer tus pulmones
tus dedos, tus labios.
Todo esto quiero;
una habitación sin abismos
un sexo vibrante
una oscuridad nueva.
Quiero tus ojos
en el justo momento de entrar
en tu casa secreta.

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