cuentos de los días sumergibles


no entiende por qué prescindir de la luz
si tuviera un lugar en el que estar, una plaza tranquila en el cielo de los desconocidos
el hombre toma un ascensor hasta la terraza; allí se sienta, enciende un cigarrillo
inventa una geometría flotante
ha preparado un tango y deja la flor sobre la mesa
un equipaje pequeño, respiración profunda, un incipiente dolor de panza
como si el polvo que levanta al caminar bloqueara su aparato digestivo
el recuerdo de su imágen en el espejo cuando la niña que saltaba los rascacielos
le llama por teléfono
sencillamente por escuchar su voz
no hay muchas más pertenencias que reunir en su viaje al tablero de ajedrez

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En El castillo de la carta cifrada de Javier Tomeo, un noble le da instrucciones a su lacayo, quien debe entregar una carta ilegible a otro aristócrata, éste un patán idiota y soez que, humillado, montará en cólera cuando no consiga entender nada, y le dice lo siguiente: "Tal vez, mientras rompa la carta, se desahogue llamándole bellaco, villano, ruin, miserable o granuja. Quizás, mordiendo las sílabas, le llame gusano. Usted no se enfade. Recuerde que los insultos, cuando los dejamos pasar, se desvanecen. "De acuerdo -le dice, con una media sonrisa-. Es usted muy generoso al llamarme gusano. Soy, efectivamente, un gusano. Respiro a través de la piel y mi tubo digestivo se prolonga de un extremo al otro de mi cuerpo. No soy inteligente, ni hermoso. No tengo alas, ni siquiera tengo pies. Pero, arrástrandome, puedo llegar a cualquier parte." Éstas me han parecido las palabras que pronunciaba una voz metida en el cableado eléctrico del metro. No te muevas, no enfurezcas, ni siquiera te molestes. Eres sólo una lombriz en el monumental terreno subterráneo de la vida. Eso me dice el misterioso arcano de la ciudad en la semana en que he perdido mi bicicleta, mi casa y mi reproductor de música. Robos, golpes de mala fortuna, los reveses de los peces; me he quedado sin nada. La rebelión del azar es fulminante. Montas un paraíso, con secciones abiertas, quietud, reflejos en el agua, entonces llega una luz y después el vacío. Pero está bien, no importa. Ustedes abran las calles porque vuelvo a apostar. Llevo haciéndolo siempre y en cualquier caso, no salimos de la balanza tan rápidamente.

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