cuentos de los días sumergibles


XII

Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.

Alejandra

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Sara,

eres hermosa porque has visto el abismo
y porque tu pelo cae sobre las páginas
gotas de lluvia que detienen los dedos de tu naturaleza
-tu naturaleza que no tiene cuerpo ni disputa
una mezcla de fuego y de separación que congela tus ojos
aunque no es un copo de nieve lo que hay en tus ojos
sino la placidez de las piedras acostadas bajo la furia
y doy las gracias al tío John porque estás conmigo
y los días son más anchos y frescos y eres mi postre
contigo en un bosque donde los búhos no suenan

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Reincidentes

a tenor de mis frecuentes amnesias he tenido que aprender a investigarme a menudo a mí mismo y, de esta manera, he descubierto que el 27 de agosto de 2007 ya había escrito un texto parecido deshaciéndome en elogios por esta hermosa ciudad de palmeras que es Barcelona (*)
creo absolutamente en mi volubilidad así que no me costaría nada cambiar de opinión, pero no voy a hacerlo: aunque estoy bien y el aire empieza a ser repartido, creo que otra ciudad es posible
quizás yo sea entonces su amante más dedicado
o el más crédulo
de la letura de aquel escrito me digo ahora que soy redundante y excesivo, pesado, soy un apóstata y un ingrato, y quizá tenga todas las papeletas para ser un desertor malogrado, pero en fin, sigo pensando que esto está lleno de soplapollas aunque, sinceramente, también esté lleno de genios

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Amocras, nuestra caída

Un apasionado revolucionario fue a Dublin a hacer su propaganda. Estaba ante los hombres y mujeres de aquel pueblo y les dijo: "hermanos, ¿no es un hombre igual a otros?". "Sí señor, tiene razón -gritó uno de ellos-, y hasta un poco más!" Y aquel tipo tenía razón. Aquello no fue un chiste.

El estudioso de John Fowles* compondría este dicho británico para describir a la ruinosa sociedad victoriana.

En 1932, el escritor catalán Josep Maria de Sagarra* retrataría en "Vida privada" a la sociedad catalana de primeros de siglo, con su clasismo y su trascendental necesidad de la apariencia, decadente y tiralevitas, vanidadosa, con sus infidelidades históricas y su coquetería.

Hoy, varios autores en la música, el teatro y la literatura, han referenciado en sus obras algo parecido sobre Barcelona, llamándola aburrida y desgastada.

Asímismo, tantas personas que habitaron durante un tiempo esta ciudad, traen esta misma impresión en muchas ocasiones.

Podemos entonces afirmar sin pretensión de ofensa alguna que Barcelona está viviendo de nuevo su mediocre novecentismo, como en una segunda menstruación más que a la manera de una moda, burguesa y estirada, en una nueva versión de su edad más brillante y ridícula.

Cambia su revolución industrial y la exposición universal del 29, por actividad financiera y un amplio catálogo cosmopolita que abunda en las librerías de todas las ciudades de Europa, piensa en la Lliga Regionalista y en esa frívola tendencia de izquierdas que tanto mete las narices como rápidamente las saca en todo cuanto va declarando.

Ni es el crisol de inmigrantes que va diciendo, ni es tan libre ni tan franca ni tan accesible como declara envanecida en la televisión y en la boca de sus acólitos.

Soberbia y cuentista es la ciudad que estamos haciendo.

Y se necesita una revolución.

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las bailarinas de Berlín son elegantes y son eléctricas
y llevan consigo las sábanas que cubrieron tu muerte
porque Johann Sebastian no eres tú, escuchas viejo?
no eres tú como tampoco lo son estas piedras
ni el arroyo que se nos ha llevado
esto es la libertad y aquí concluye tu pragmática:
la pluma cayendo a cámara lenta
el agua bañando los campos, la muerte de ciento cincuenta personas
ardiendo en un aeropuerto
en los tiempos que corren no existe la imagen a contraluz
y las bailarinas en Berlín, Madrid, Tokyo, Burkina Faso,
son leones y no tienen cuerpo
créeme, no es el sexo de dos extraños sucumbiendo a la alegría
ni la representación quebrada de Anna Karenina
en los lavabos de una estación
los gemidos de un violoncelo amarillo son empujados a través de la tierra
y en su música están creciendo los árboles
bailarinas con una señal tatuada y un nombre transparente

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